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Jukat (estatuto)

LA PORCIÓN DE LA TORÁ, NÚMEROS 19:1-22:1 Instrucciones acerca de las aguas purificación, la muerte de Miriam y Aarón, Moisés golpea la peña dos veces, Edom rehúsa el paso a los hijos de Israel, aborrecen el maná y Moisés levanta un palo con una serpiente de bronce para salvar el pueblo, victoria sobre reyes poderosos que prohíben el paso 


LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, JUECES 11:1-33 Jefté, el noveno juez de Israel, creyó en las promesas del pacto y le habló al rey de Amón acerca de la victoria que el SEÑOR les había concedido a los hijos de Israel sobre el rey Sehón.


LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, JUAN 19:38-42 Citando esta porción de la Torá y tambien otras Escrituras, Yeshua le explicó a Nicodemo acerca de la necesidad de nacer de nuevo para poder participar en el reino de Dios. Se refirió a la serpiente de bronce que Moisés levantó sobre el palo en el desierto.


La porción de la Torá de esta semana nos habla de varios asuntos muy tristes y difíciles: la muerte de Miriam y también de Aarón. También está implícita la muerte de la generación de éxodo. 


El pueblo se rebeló otra vez porque contendió contra Moisés acerca de la falta de agua y se quejaron del maná “nuestra alma detesta este alimento tan miserable”. Además de las constantes batallas internas, reyes poderosos hicieron alianzas y prepararon sus ejércitos en oposición al paso de los hijos de Israel. 


Y, como el colmo de todo, el siempre paciente y humilde Moisés también falló. Lo hicieron enojar tanto que golpeó la peña dos veces en vez de solo hablarle, como el SEÑOR le había instruido. Luego recibió la noticia devastadora de que, por eso, no le sería permitido conducir a la nueva generación a la Tierra Prometida. 


Los hijos de Israel llegaron a Cades-barnea “en el mes primero” (Nisán). Cuarenta años habían transcurrido desde el éxodo de Egipto. Miriam murió y la sepultaron allí. 


Una vez más los hijos de Israel estaban en el mismo sitio donde habían rechazado la Tierra Prometida. Muchos recuerdos venían a la mente de Moisés. Habían pasado 38 años desde que él había enviado a los 12 exploradores y que regresaron con un informe incrédulo. 


Las palabras del SEÑOR aún hacían eco en su mente: “Ninguno de ellos verá la tierra que prometí a sus antepasados. Ninguno de los que me han menospreciado la verá” (Números 14:20-25; I Corintios 10:5). 


“Este es el estatuto (jukat) de la ley que el SEÑOR ha ordenado” (Números 19:2). La porción de esta semana inicia con las instrucciones del Eterno para la purificación de la muerte. Había que realizar la purificación por medio de agua mezclada con las cenizas de una vaca perfecta y roja. 


“El Eterno bajó sobre el Monte Sinaí y les dio ordenanzas (mishpat, mandamientos) justas y leyes (torá, instrucción) verdaderas, estatutos (jok, testimonios) y mandamientos (mitsva)buenos” (Nehemías 9:13).


Los estatutos acerca de la purificación de la muerte pertenecen a los jukim, es decir, son misterios del SEÑOR. Esto significa que se tratan de asuntos divinos relacionados con el reino de los cielos y que trascienden el razonamiento lógico humano.


Lo difícil para entender se encuentra en el hecho en que el sacerdote que ministraba las aguas de purificación asumía la impureza del individuo que estaba purificando (Números 19:7-8, 10). 


Para poder elaborar las aguas de purificación, había que traer al sacerdote una vaca alazana (roja) sin defecto y a la que nunca habían puesto yugo. El sacerdote tenía que sacar la vaca fuera del campamento y luego debía ser degollada en su presencia. Luego tenía que mojar su dedo con un poco de sangre, y rociar esa sangre hacia el Tabernáculo 7 veces. Después debía quemar la vaca: el cuero, la carne, la sangre y el estiércol. Echaba madera de cedro, una ramita de hisopo y tela roja al fuego. Al terminar, el sacerdote debía lavar su ropa y su cuerpo con agua. Después podía entrar en el campamento, pero quedaba ritualmente impuro hasta la tarde (Números 19:1-10).


El que quemaba la vaca también tenía que lavar su cuerpo y su ropa. Quedaba impuro hasta la tarde. Otro sacerdote que estaba ritualmente puro debía recoger la ceniza de la vaca y guardarla en un lugar puro fuera del campamento. Esa ceniza se usaba para preparar el agua de purificación. 


El que recogía la ceniza también tenía que lavar su ropa y quedaba impuro hasta la tarde. “Esta es una ley permanente, que vale tanto para ustedes los hijos de Israel como para los extranjeros que vivan entre ustedes.” 


Cualquier contacto físico con la muerte (por medio de un cadáver, el flujo del cuerpo humano, carnes prohibidas) transmitía un estado de impureza. Y, el individuo que había tenido contacto con la muerte le era prohibido acercarse a la presencia del SEÑOR. 


Él es el Autor de la vida y su naturaleza es contraria a la muerte. Por eso, antes de acercarse al Tabernáculo, había que presentar los sacrificios requeridos y sumergirse en las aguas de la mikvá. Tenía que lavar su ropa y su cuerpo, para considerarse purificado y alejado de la muerte. 


El rabino Tim Hegg explica en sus publicaciones acerca del simbolismo y de los pasos involucrados en la purificación por medio de las cenizas de la vaca roja. Aquí un resumen:


“La muerte es el enigma más grande de todo el universo porque se coloca en directa oposición al Creador mismo. ¿Pero, cuál es el simbolismo de la vaca alazana y de la purificación por su medio de aquél que es impuro por tocar un cadáver? Primeramente, el hecho de que debía ser alazana (roja) indudablemente nos habla de sangre. Es sólo mediante sangre que el envilecido puede quedar limpio. La muerte es vencida, subvertida, sólo mediante la muerte. 


En segundo lugar, la vaca alazana debe ser totalmente roja, sin ninguna tacha. Esto tiene que simbolizar una vida pura, sin ninguna impureza. 


En tercer término, la matanza de la vaca alazana debía hacerse afuera del campamento y su sangre tenía que ser rociada hacia el frente del Tabernáculo (Números 19:4) con lo que se indicaba simbólicamente que había sido aplicada al cobertor del arca; así como se hacía en Yom Kipur. 


El hecho de que la vaca alazana fuese sacrificada afuera del campamento, en vez del procedimiento normal de sacrificar los animales ofrendados adentro de los patios del Mishkan, sólo puede simbolizar que era un sacrificio despreciado por la gente pero que de todos modos si era efectivo.


En el cuarto punto, tenemos que el esqueleto de la vaca alazana debía ser quemada afuera del campamento, junto con toda la carne, la sangre restante, los huesos, las vísceras, todo en su totalidad, debía ser quemado afuera del campamento. Esto tiene que simbolizar una ofrenda entera quemada, pero, puesto que debe quemarse afuera del campamento y no sobre el altar, como todos los demás sacrificios, sin duda enfatiza dos cosas: (a) al ser quemada en su totalidad, se toma como un holocausto, dirigido a Dios y a nadie más, y (b) es despreciado, separado, y apartado, como un rito para HaShem, pero sin que intervenga la voluntad del pueblo, ni su esfuerzo. 


En quinto lugar, el agregar madera de cedro, hisopo e hilo escarlata a todo lo que debía echarse al fuego, simboliza purificación. La madera de cedro es aromática y nos habla de ‘aroma agradable’, como son descritas otras ofrendas. Que la ofrenda sea de aroma agradable para Hashem simboliza su total aceptación de la ofrenda (notemos que los sacrificios mencionados en Isaías son malolientes abominaciones para Él). 


El hisopo es un símbolo de purificación (Salmo 51:7). Se usaba en Pesaj como una brocha para aplicar la sangre y también en la purificación del tzarat (lepra, Levítico 14:4-6). El hilo escarlata es simbólico de los machos cabríos escogidos en Yom Kipur, uno para ser sacrificado y el otro para echarlo fuera del campamento, al yermo. El hilo escarlata se le enrollaba alrededor del cuello de la cabra que iría al desierto (l’azazel). Es así como, en cada caso, el tener que echar estos símbolos al fuego sirve para revelar que la muerte de la vaca alazana realizaría la purificación de aquellos envilecidos por la muerte y que Dios, el Dios de los vivos, les daría vida a ellos, a cambio de la muerte del animal sacrificial.


El sexto punto es que aquél que juntaba las cenizas debía ser puro, pero que, al realizar esa labor, se volvería impuro. Esto quiere decir que simbólicamente el sacerdote que lleva a cabo el ritual toma sobre sí mismo la impureza del adorador que llega para ser purificado. Él carga con la impureza de ellos.


En séptimo lugar, las cenizas son mezcladas con agua y a la mezcla se le llama “aguas de impureza”. La palabra para dar a entender esa impureza, usada en el texto original es nidá, la misma que se usa para la mujer que está en su período de menstruación. Así como en una mujer ese flujo es una pequeña muerte y, consecuentemente, impureza ceremonial, asimismo las aguas que purificarían a aquel que estaba impuro por la muerte, también participarían de la muerte. Aquí está lo fundamental: la muerte sólo puede ser derrotada por medio de la muerte. 


¿Por qué la muerte ha de conquistar y triunfar sobre la misma muerte? Porque Dios no es solo toda misericordia, igualmente es toda rectitud. Él no puede pasar por alto el pecado o, por su misericordia, borrarlo y hacer como si nunca hubiese existido. El pecado exige pago, porque le ha robado al SEÑOR su gloria. Mientras no quede efectuado el pago, su justicia no ha queda satisfecha. 


Este es el resumen de todo el sistema de los sacrificios, pues HaShem estaba dándonos a conocer la venida del Mesías, quien sería: (1) un cordero sin tacha ni mancha, (2) debía morir afuera del campamento, como quien es despreciado por indigno, (3) cargaría sobre sí mismo los pecados de su pueblo y, así, se convertiría en aquél que llevaba el pecado y era envilecido por el pecado de otros, (4) sería, también quien limpiaría a todos aquellos que serían rociados con la sangre de su muerte, las aguas de la purificación”. (Notas del autor Tim Hegg, Shabbat Parah, www.torahresource.org)


Los rabinos se refieren a las cenizas de la vaca roja como un “Beso Divino”. Se dice que HaShem dio sus mejores y más secretos mandamientos en forma de un beso, como la intimidad de un amante a su amada.” (Página 842, First Fruits of Zion, Torah Club Vol. One, Chukat)


“Toda la pureza de Israel depende del Cohen, pero en los tiempos mesiánicos será el Eterno mismo quien verterá sobre nosotros las aguas puras y nos purificará… la última vaca bermeja será el Rey Mesías. (Página 409, La Voz de la Torah, comentarios de Números, Vol. VI)


¡Las aguas de purificación lavan la muerte! Una vez más se hace resaltar la gracia vencedora del SEÑOR. Las instrucciones para la preparación de las aguas están registradas la porción de la Torá en la cual está implícita la muerte de la generación del éxodo. Nos debe llenar de gozo y esperanza, son buenas nuevas.


Es sólo por medio de la obra del Mesías que el sepulcro perdió su victoria y la muerte perdió su aguijón, porque Él mismo asumió nuestra inmundicia (I Corintios 15:55-57). 


“Y no había agua para la congregación; y se juntaron contra Moisés y Aarón” (Números 20:2). El pueblo se quejó: “¡Hubiéramos muerto junto con nuestros hermanos que hizo morir el SEÑOR! ¿Para qué trajeron ustedes al pueblo del SEÑOR a este desierto? ¿Acaso quieren que muramos nosotros y nuestro ganado? ¿Para qué nos sacaron de Egipto y nos trajeron a este lugar tan horrible? Aquí no se puede sembrar nada; no hay higueras, ni viñedos, ni ganados; ¡ni siquiera hay agua para beber!”


Entonces Moisés y Aarón se alejaron del pueblo y se fueron a la entrada del Tabernáculo, y allí se postraron sobre sus rostros. Entonces la gloria del Eterno se les apareció. El SEÑOR le dijo a Moisés: “Toma la vara y reúne a la congregación. Luego, delante de todos, ordénale a la roca que les dé agua, y verás que de la roca brotará agua para que beban ellos y el ganado” (Números 20:6-8). 


Moisés tomó la vara de la presencia del SEÑOR, es decir, la vara que Aarón había colocado delante del Arca del pacto, la que reverdeció y confirmó su sacerdocio. Esa vara era señal a los rebeldes “para que hagas cesar sus murmuraciones contra mí y no mueran” (Números 20:9; 17:10-11).


Moisés y Aarón reunieron a la gente delante de la roca, y Moisés le dijo: “Escuchen, rebeldes: ¿acaso tendremos que sacar agua de esta roca para darles de beber?” Y diciendo esto, Moisés levantó la mano y golpeó dos veces la roca con la vara, y brotó mucha agua. La gente y el ganado se pusieron a beber. 


Pero el SEÑOR dijo a Moisés y Aarón: “Puesto que ustedes no creyeron en mí para tratarme como santo delante de los hijos de Israel, no llevaréis esta asamblea a la tierra que les he dado” (Números 20:10-13). 


El SEÑOR le había dicho a Moisés que HABLARA a la peña a la vista de la congregación. Sin embargo, en ese momento Moisés se dejó vencer por la frustración. En vez de hablarle a la peña, la golpeó dos veces con la vara. 


“Porque vosotros no me creísteis a fin de tratarme como santo ante los ojos de los hijos de Israel, por tanto, no conduciréis a este pueblo a la tierra que les he dado” (Números 20:12). 

“Aquellas fueron las aguas de Meriba (contienda), porque los hijos de Israel contendieron con el SEÑOR y Él manifestó su santidad entre ellos” (Números 20:13).


¿Cuál fue el error de Moisés? Por muchos siglos los estudiosos lo han considerado cuidadosamente y han llegado a distintas conclusiones. Algunos dicen que Moisés se atribuyó a sí mismo el milagro de sacar agua de la peña: ¿Sacaremos agua de esta peña para vosotros? Otros dicen que su pecado fue golpear la peña dos veces. Algunos concluyen que fue porque perdió su compostura y habló con ira (Deuteronomio 1:37). 


El apóstol Pablo nos revela que esa peña simbolizaba al Mesías, la fuente de aguas vivas (I Corintios 10:4). Fue golpeada una sola vez, es decir, Él murió por nuestros pecados una sola vez (Hebreos 7:27; 9:14). En ese momento, brotó agua viva para la purificación de toda la humanidad. Además de la purificación, también satisface la sed espiritual de todos aquellos que acuden a Él (Juan 7:37).


El SEÑOR le dijo a Moisés: “no me creíste a fin de tratarme como santo ante los ojos de los hijos de Israel”. Aunque quizás nos parezca demasiado duro lo que el SEÑOR le dijera a Moisés, que le dio un castigo injusto e insoportable, no debemos olvidar lo que hemos aprendido. ¡En ningún momento la conquista y la posesión de la Tierra Prometida dependieron de Moisés! Desde el principio hasta el final el plan ha sido y aún es hoy, victoria exclusiva del Mesías Redentor.


No cabe duda de que fue muy triste para Moisés el hecho de que no iba a participar en la llegada de la nueva generación a la Tierra Prometida. Sin embargo, él sabía perfectamente bien que la victoria pertenece exclusivamente al Mesías, el Rey de gloria. Aquel día, acompañado por el profeta Elías, sobre el monte Hermón, Moisés apareció para fortalecer a Yeshua en su fe para la obra que estaba pronto por cumplir en Jerusalem (Lucas 9:30-31). 


Moisés fue fiel en toda la casa de Dios y su recompensa es muy grande, no podemos ni imaginar lo que el Eterno ha reservado para su amado siervo (Hebreos 3:5). 


El plan divino de la conquista y de la posesión de la Tierra Prometida no ha fracasado ni ha sido cancelado. Tampoco ha sido anulado, ni reemplazado por un plan nuevo o diferente. No tenemos idea de lo grandioso que es ese plan, porque es de los misterios más maravillosos del reino de los cielos. Con el León de la tribu de Judá al frente, en el momento de la llegada de su reino a la tierra, tomados de la mano de Moisés, de los patriarcas y los héroes de la fe, “todo Israel” juntos entraremos en incontable multitud a tomar posesión de la Tierra Prometida. 


Después de la muerte de Miriam, la nueva generación se encontraba en la antesala de la conquista de la Tierra Prometida. Cuando sus padres habían llegado a Cades-barnea la primera vez, los exploradores entraron a la Tierra Prometida por el sur. Según la dirección del SEÑOR, la nueva generación debía entrar por el este y por eso era necesario pasar por los territorios de Edom, Moab y Amón. 


Moisés envió mensajeros al rey de Edom (Números 20:14-18). “Tu hermano Israel te dice: Tú bien sabes las dificultades por las que hemos pasado. Nuestros padres descendieron a Egipto y vivieron allá mucho tiempo, pero los egipcios nos maltrataron a nosotros, igual que a nuestros padres; entonces clamamos al SEÑOR, y Él escuchó nuestra voz y envió un Ángel y nos sacó de Egipto. Y aquí estamos ahora, en la ciudad de Cadés, en la frontera de tu país. Te pedimos que nos dejes pasar por tu territorio. No pasaremos por los campos sembrados ni por los viñedos, ni beberemos agua de tus pozos. Iremos por el camino real, y no nos apartaremos de él hasta que hayamos cruzado tu territorio.” 


Pero el rey de Edom les respondió: “¡No pasen por mi territorio, pues de lo contrario saldré a su encuentro con mi ejército! 


“Así ha dicho tu hermano Israel”. Los edomitas eran descendientes de Esaú, el hermano gemelo de Jacob quien había despreciado el pacto del SEÑOR (Génesis 36:8). Cuando Jacob (Israel) retornó a la Tierra Prometida después de haber huido de las amenazas de muerte de Esaú, muy angustiado se preparó para su reencuentro con él. Primero envió mensajeros a Esaú. Jacob habló a Esaú acerca de la bondad del SEÑOR y le ofreció muchos regalos (Génesis 32:3-6; 33:10-11). 


Aquella vez Esaú aceptó sus regalos y luego se alejó, se fue por su propio camino. Sin embargo, esta vez fue diferente. Edom rehusó recibir cualquier tributo de Israel e insistió: “Tú no pasarás.” 


Moisés le explicó al rey de Edom: “Seguiremos el camino principal, y si nosotros o nuestro ganado llegamos a beber agua de tus pozos, te la pagaremos. Lo único que queremos es pasar a pie por tu territorio.” 


Sin embargo, el rey de Edom se obstinó: “¡Pues no pasarán!” Con un ejército fuerte y bien armado, el rey de Edom salió al encuentro de los hijos de Israel, empeñado en no dejarlos pasar por su territorio. Entonces los hijos de Israel se desviaron del territorio de Edom. No pudieron tomar el camino principal (Números 20:14-21). 


El camino principal o “el Camino Real” era una de las rutas más famosas del Oriente Medio. Era una ruta interna, que corría paralelamente a la vía Maris que bordeaba la costa. Aunque no era una carretera pavimentada, ya en el año 2200 AC, era capaz de servirle, no sólo al tráfico pedestre, sino al de las carrozas. (Página 846, First Fruits of Zion, Torah Club Vol. One)


Los hijos de Israel salieron de Cades-barnea y llegaron al monte Hor, que estaba a la frontera de la tierra de Edom. Allí, el SEÑOR les dijo a Moisés y a Aarón: “Aarón va a morir, y no entrará en la tierra que yo he dado a los hijos de Israel, porque se rebelaron contra mi boca en las aguas de Meriba. Tú, Moisés lleva a Aarón y a su hijo Eleazar a la cumbre del monte Hor; allí le quitarás a Aarón la ropa sacerdotal y se la pondrás a Eleazar. Aarón morirá allí”. 

Hicieron todo lo que el SEÑOR les ordenó. A la vista de todos los hijos de Israel, subieron al monte Hor, y allí Moisés le quitó a Aarón la ropa sacerdotal y se la puso a Eleazar. Allí mismo, en la cumbre del monte, murió Aarón. Moisés y Eleazar bajaron al monte. 


Eleazar descendió vestido de la ropa sacerdotal de su padre. Así, el SEÑOR les hizo ver que el sacerdocio legítimo continuaría a pesar de la muerte de Aarón. Era un mensaje muy consolador y lleno de esperanza. 


Los hijos de Israel lloraron por él durante 30 días (Números 20:22-29). Aarón vivió 123 años y se dice él que siempre buscaba la armonía, la paz y la reconciliación (Salmo 133:1-2).


Cuando el rey cananeo de la ciudad de Arad oyó decir que los hijos de Israel venían por la región del sur, salió a pelear contra ellos y tomó algunos prisioneros. Entonces los hijos de Israel prometieron al SEÑOR que, si Él les ayudaba a conquistar a ese pueblo, ellos destruirían por completo todas las ciudades del rey de Arad. El SEÑOR les concedió la victoria que le habían pedido, y a aquel lugar le pusieron por nombre Hormá, que significa “destrucción” (Números 21:1-3). 


Algunos piensan que el rey de Arad fue el mismo Amalec, él mismo que había atacado a la generación del éxodo en la retaguardia cuando recién había salido de Egipto (Números 13:29).


Mientras iban rodeando a Edom, el pueblo se impacientó. Hablaron en contra del SEÑOR y Moisés diciendo: “¿Para qué nos sacaron ustedes de Egipto? ¿Para hacernos morir en el desierto? No tenemos ni agua ni comida. ¡Ya estamos cansados de esta comida miserable!”


Entonces el SEÑOR les envió serpientes venenosas. ¡Muchos murieron! Buscaron a Moisés y le dijeron: “¡Hemos pecado al hablar contra el SEÑOR y contra ti! ¡Pídele al SEÑOR que aleje de nosotros las serpientes!” (Números 21:6-7)


La tradición hebrea dice que el SEÑOR les castigó con serpientes por su calumnia: “El Santo, bendito sea, por consiguiente, dijo: Que sea la serpiente, que fue la primera en introducir la calumnia, la que venga a castigar a quienes calumniaron.” (Bemidbar, Rabbah 1:22, Página 841, First Fruits of Zion Torah Club, Vol. One, Chukat)


La respuesta divina a la intercesión de Moisés fue: “Hazte una serpiente como esas, y ponla en un madero. Cuando alguien sea mordido por una serpiente, que mire hacia la serpiente del palo, y se salvará” (Números 21:8-9). Entonces Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en la asta. Sucedió que cuando alguien era mordido y miraba a la serpiente de bronce, se salvaba.

Eventualmente la casa de Judá llegó a convertir la serpiente de bronce que había hecho Moisés en un objeto de idolatría. Le dieron el nombre de “Nehustán”, en honor de una diosa pagana de la fertilidad y le quemaban incienso. Fue destruida por el rey Ezequías durante las reformas que él realizó (II Reyes 18:4).


Después de dar la vuelta alrededor de Edom, los hijos de Israel llegaron al territorio de Moab (Números 21:13-15). Les tocó enfrentar al rey de los amorreos, Sehón. Él era el poder militar más fuerte de la región en esa época.


Los hijos de Israel enviaron mensajeros al rey Sehón y le dijeron: “Quisiéramos pasar por tu territorio. No nos meteremos en los campos sembrados ni en los viñedos, ni beberemos agua de tus pozos. Atravesaremos tu territorio yendo por el Camino Real.” 


Sin embargo, Sehón prohibió su paso. Reunió a toda su gente y salió al encuentro de los hijos de Israel en el desierto y, al llegar a Jahaza, los atacó. Los hijos de Israel se defendieron. Derrotaron al rey Sehón, y habitaron en su territorio desde el río Arnón hasta el río Jaboc, hasta la frontera con el territorio de los amonitas. Israel tomó todas esas ciudades de los amorreos, es decir, Hesbón y sus pueblos dependientes, y se quedó a vivir en ellas. Además, Moisés envió algunos hombres a explorar la ciudad de Jazer, y los hijos de Israel conquistaron las ciudades vecinas y expulsaron a los amorreos que vivían allí (Números 21:24-32).


Después, los hijos de Israel subieron por el camino de Basán. Og, el rey de Basán, salió con todo su ejército a pelear contra los hijos de Israel en Edrei. 

Entonces el SEÑOR le dijo a Moisés: “No le tengas miedo, que yo voy a ponerlo en tus manos, junto con todo su ejército y su tierra, y tú harás con él lo mismo que hiciste con Sehón, el rey amorreo que vivía en Hesbón.” El SEÑOR les concedió victoria y los hijos de Israel mataron a Og y a sus hijos, y a todo su ejército (Números 21:33-35). 


“Después de las victorias asombrosas de Israel sobre Sehón y Og, la nación acampa en el área desde donde se vislumbra el punto por donde finalmente entrarán a la Tierra Prometida. No debería pasar desapercibido el hecho de que Moisés participa en una muy importante victoria sobre un gigante cananita, a quien se le consideraba fornido como un roble y el último de los gigantes de Rabá, que dormía en una cama de unos tres metros de largo (Amós 2:9; Deuteronomio 3:11). Ahora Israel se detiene al otro lado del Jordán mirando hacia Jericó (Números 22:1). El libro de Deuteronomio principia en esta área, del otro lado del Jordán (Deuteronomio 1:1, 5). Aquí Moisés ofrecerá su discurso final, antes de morir en Pisga, desde donde pueden verse las estepas de Moab. Han transcurrido 40 años. El resto de la Torá (Números 22 a Deuteronomio 34) nos relata los sucesos que ocurrieron al otro lado del Jordán, justo antes de entrar a la Tierra Prometida.” (Página 113, Walk Numbers, Jeffrey Feinberg Ph.D.)


LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, JUECES 11:1-33


Un hombre llamado Jefté llegó a ser el noveno juez de Israel. En esos dias, el pueblo de Israel se había apartado del SEÑOR. “Adoró los dioses paganos Baal y Astarot, y los dioses de Siria, Sidón, Moab, Amón y Filistea” (Jueces 10:6). Entonces el SEÑOR permitió que los filisteos y los amonitas los oprimiera. 

Los amonitas cruzaban el río Jordán para atacar a los hijos de Israel. Pasaron 18 años de opresión hasta que por fin buscaron la ayuda del SEÑOR. Confesaron su idolatría y destruyeron a todos los dioses falsos. 


Los ejércitos de Amón estaban en Galaad, preparados para atacar al ejército de Israel en Mizpa. Los hijos de Israel no tenían líder. “¿Quién conducirá nuestras fuerzas contra los amonitas? Quienquiera que se ofrezca será nuestro rey.”


Jefté era un gran guerreo de la tierra de Galaad, era conocido por su carácter noble y enérgico. Pero su madre era prostituta y por eso, sus medios hermanos le odiaban. Amenazado y desheredado, Jefté tuvo que huir de la casa de su padre. Se juntó con otros hombres desmoralizados, y con ellos vivía de los saqueos de las frecuentes incursiones que hacían de los amonitas y de otros pueblos vecinos. 


Fue creciendo su fama como guerrero osado y valiente. Entonces los jefes de Galaad mandaron a buscar a Jefté para que dirigiera su ejército contra los amonitas. “¿Por qué acuden a mí, si me odian y me han expulsado de la casa de mi padre? ¿Por qué vienen a mí cuando están en dificultades?”


Ellos le respondieron: “Porque te necesitamos. Si quieres ser comandante contra los amonitas, te haremos rey de Galaad.” 


“¡De veras! ¿Esperan que yo lo crea?” les respondió Jefté. “Te lo juramos”. Entonces hicieron un juramento solemne y Jefté aceptó la comisión. Fue hecho comandante en jefe y rey. El juramento fue ratificado delante del SEÑOR en Mizpa, en una asamblea general de todo el pueblo.


Entonces Jefté envió mensajeros al rey de Amón y le preguntó por qué atacaba a Israel. El rey le respondió que esa tierra le pertenecía a él, y que Israel le había robado su tierra cuando salieron de Egipto. El rey de Amón insistió que todo el territorio desde el rio Arnón hasta Jaboc y el Jordán era suyo.


Jefté acudió a la Torá para responderle al rey de Amón porque creía en las promesas de pacto. Citando Números 21:21-32, le explicó acerca de la victoria de los hijos de Israel sobre el rey Sehón, y que el SEÑOR les había dado su tierra en ese momento. “Así que yo no he pecado contra ti; más bien tú me has provocado viniendo a hacerme la guerra. Pero el SEÑOR el juez pronto te mostrará quién de nosotros tiene la razón, si Israel o Amón” (Jueces 11:27). 

Pero el rey de Amón no prestó atención alguna a la Torá ni hizo caso a las palabras de Jefté. 


Entonces el Espíritu del SEÑOR vino sobre Jefté y dirigió sus ejércitos para atacar al ejército de Amón. El SEÑOR les concedió la victoria. Destruyeron a los amonitas y ellos fueron subyugados por el pueblo de Israel.


Jeftéera un hombre impulsivo y había hecho un voto al SEÑOR diciendo: “Si en verdad entregas en mis manos a los hijos de Amón, sucederá que cualquiera que salga de las puertas de mi casa, será del SEÑOR, o lo ofreceré como holocausto” (Jueces 11:32). 


Fue su hija única quien salió a recibirlo con panderos y con danzas. Hay diferentes opiniones de los estudiosos acerca de lo que sucedió con el voto, cómo lo cumplió. Una es que la hija de Jefté se dedicó al servicio del Tabernáculo, y que nunca se casó ni tuvo hijos.


Jefté creyó en las promesas del pacto y su nombre se encuentra en la lista de los héroes de la fe (Hebreos 11:32).


LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, JUAN 3:14-16; 19:38-42


La ministración de las aguas de purificación representa la obra del Siervo, el Mesías, porque, para poder purificarnos y bendecirnos, Él asumió nuestra impureza y también la maldición que nos correspondía. “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (II Corintios 5:21). Cargó con nuestra muerte para poder darnos vida. Venció la muerte por medio de la muerte.


El Siervo, el Mesías Yeshua llevó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores; "con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz cayó sobre El. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino: pero el SEÑOR hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros” (Isaías 53:4-6).


Cuando Yeshua habló con Nicodemo acerca de la necesidad de nacer de nuevo, citó la Torá y se refirió a la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto. Le explicó: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna.” 

Yeshua se estaba refiriendo a la muerte sobre el madero que Él tendría que padecer, porque sería levantado y clavado sobre uno. “Y yo, si soy levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo.” 


“Maldito todo el que cuelga de un madero” (Deuteronomio 21:23; Gálatas 3:13). El Mesías fue hecho maldición por nosotros. “Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido (Isaías 53:4). 


Lo que hizo por nosotros fue motivado por el mismo misterio de su amor divino, “que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Y cuando Yeshua fue levantado sobre el madero, la serpiente antigua (el príncipe de este mundo, el Adversario de nuestras almas) fue “echado fuera”, es decir, fue juzgado y vencido. 


El SEÑOR juzgó a la serpiente antigua. Nos libró de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino de su amado Hijo. Levantado sobre el madero, Yeshua despojó (desarmó) a los principados y las potestades, los exhibió públicamente porque triunfó sobre ellos (Juan 12:31-33; Colosenses 1:13-14; 2:15-16; Hebreos 2:14-15). Abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad (II Timoteo 1:10). 


La sabiduría divina venció la muerte por medio de la muerte. Se trata de un misterio, un tesoro precioso e inalcanzable, guardado en los cielos desde la eternidad. El Adversario de nuestras almas y los huestes de maldad no pueden entender la sabiduría divina, “porque si la hubieran entendido no habrían crucificado al SEÑOR de la gloria” (I Corintios 2:7-8).


Tanto las aguas de purificación hechas con las cenizas de la vaca roja, cómo la serpiente de bronce que levantó Moisés en el desierto nos enseña verdades espirituales sublimes y, a la vez, relacionadas.


Aunque Nicodemo había llegado a Yeshua de noche por miedo a la lo que la gente le diría, ahora valiente y decidido acompañó a José de Arimatea para ayudarle en la sepultura de Yeshua. Traía 30 kilos de mezcla de mirra y áloe. Con mucho cuidado y amor, tomaron el cuerpo de Yeshua y lo envolvieron en telas de lino con las especias aromáticas (Juan 19:39-40). Lo pusieron en un sepulcro nuevo. 


El apóstol Pablo nos enseña acerca que el amor del SEÑOR como un misterio: incomprensible, poderoso y vencedor. ¿Puesto que el SEÑOR está por nosotros, quién estará contra nosotros? Nos concedió todas las cosas, no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. “¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! ¿Quién conoce su mente, quién es su consejero? ¿Quién le dio a Él primero para que Él le tenga deuda?” (Romanos 8:31-39; 11:33-36)


Se dice que Salomón en toda su sabiduría no logró entender los jukim del SEÑOR. “Seré sabio; pero eso estaba lejos de mí… ¿quién lo descubrirá?” (Eclesiastés 7:23-24). Job declara: “¿Quién hará algo limpio de lo inmundo? ¡Nadie!” (Job 14:4).


El AMOR del Eterno pertenece a los jukim. No se puede explicar el amor que fue derramado sobre la humanidad por medio del sacrificio del Mesías sobre el madero. Las manos que crearon todas las cosas ¿se dejaron clavar sobre el madero? El Santo de Israel, Aquel que no conoció pecado ¿fue hecho pecado? El Autor de la vida, Él que tiene vida en sí mismo ¿murió y fue sepultado? “¿Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46) Él que es uno con el Padre ¿fue abandonado por Él? 


Su amor es puro y sublime y es el motivo de eterna alabanza. Sólo en el momento de contemplar su rostro “cara a cara” y de estar en la luz de su presencia, podremos empezar a comprenderlo. Lo que Yeshua obró sobre el madero pertenece a los misterios del reino de los cielos, y necesitaremos la eternidad para poder sondear las riquezas de su amor por nosotros.

 


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Desde la declaración del estado de Israel en 1948, el retorno a la Tierra Prometida ha sido posible



      El retorno a la tierra de Israel

      Aliyá

       La palabra hebrea "aliyá" significa subir y se refiere al retorno de los hijos de Israel a la Tierra Prometida


      ¡El Eterno bendice a los creyentes de las naciones que aman las Escrituras y su plan de la restauración de Israel!

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