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Vayetze (y él salió)

LA PORCIÓN DE LA TORÁ, GÉNESIS 28:10-32:3 Por medio de un sueño profético acerca de una escalera sobre la cual los ángeles bajaban y subían, el Eterno dio a conocer su plan de redención a Jacob. Al mismo tiempo, le confirmó las promesas de su pacto eterno con Abraham. Jacob afirmó su fe en el SEÑOR. Proclamó que el sitio era la Casa de Dios y ungió la piedra.


Engañado por Labán acerca de la identidad de Lea, Jacob se casó con ella. Después se casó con Raquel, trabajó 14 años por ellas. Esta porción habla del nacimiento de 11 de los 12 los hijos de Jacob. Él se prepara por su retorno a la Tierra Prometida


LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, OSEAS 12:12-14:10 Efraín ha irritado amargamente al SEÑOR, se alejó por causa de su idolatría y regresó a Egipto. Pero el SEÑOR le ofrece la reconciliación: “vuelve, oh Israel, al SEÑOR tu Dios, Yo sanaré tu apostasía”.


LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, JUAN 1:41-51 La obra divina de reconciliación por medio del Hijo del Hombre fue representada por la escalera en el sueño profético que tuvo Jacob. Además de establecer su reino en nuestros corazones, el Hijo del Hombre traerá el reino de los cielos a la tierra y Su voluntad será hecha en la tierra, así como en los cielos. 


Yeshua es la piedra angular de la Casa de Dios, es el Ungido y el Enviado (Salmo 118:22-23; Mateo 21:42-44; Hechos 4:11). 



Esaú estaba haciendo planes para asesinar a Jacob y, por eso, debía huir inmediatamente. Generalmente el carácter de Jacob era pacífico y tranquilo, pero en este momento no había paz en su corazón. La culpa atormentaba su alma porque él sabía que había violado su integridad. La enemistad entre él y su hermano era irreconciliable. El ambiente pesaba por la hostilidad y su vida estaba en peligro. Jacob temía mucho lo que Esaú le podía hacer. 


Aunque Jacob partió con el perdón y la bendición de su padre, Isaac, la salida de su casa no fue fácil porque él era muy hogareño y ahora se sentía muy solo y vulnerable. La fría realidad del destierro golpeó su corazón y, en vez de la paz que solía sentir y radiar, había un vacío oscuro, profundo y angustioso. 


Rebeca también estaba muy triste y preocupada. Aunque ella tenía la esperanza de que la furia de Esaú se calmaría y que Jacob regresaría a casa, no sucedió así. Rebeca no volvió a ver a su querido Jacob. Él tardó 20 años en Harán y ella murió antes de que él regresara a la Tierra Prometida. 


Jacob salió aprisa y sin equipaje, solo llevaba su cayado en la mano. "Y salió Jacob de Beer-Sheva y fue hacia Harán. Y se encontró con el lugar y pasó la noche allí” (Génesis 28:11). Jacob tomó una de las piedras y la puso como cabecera. Luego se acostó a dormir. 


Los estudiosos afirman que “el lugar” que Jacob encontró se refiere al mismo sitio en que sucedió la atadura de Isaac (Génesis 22:3), es decir, en el monte del Templo donde Salomón edificaría la casa de Dios. Allí el SEÑOR le habló por medio de un sueño. 


Jacob soñó que había una escalera apoyada sobre la tierra, y que llegaba hasta el cielo. Vio que ángeles del SEÑOR subían y bajaban sobre la escalera (Génesis 28:12). Él sabía que el sueño le había sido dado por el Eterno y que era muy importante: “¡Este lugar es la Casa de Dios, es la puerta del cielo!” dijo Jacob.  ¡Cuan imponente este este lugar! (Gen 28:17) Jacob percibió la presencia de Dios. “Imponente eres, oh Dios, desde tu santuario” (Salmo 68:35)


El SEÑOR estaba sobre la escalera y Jacob escuchó Su voz diciendo: “Yo soy el Eterno, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás hacia el occidente y hacia el oriente, hacia el norte y hacia el sur; y en ti y en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. He aquí, yo estoy contigo y te guardaré por dondequiera que vayas y te haré volver a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he prometido” (Génesis 28:13-15).


Sobre la escalera el Eterno se presentó a Jacob y le juró las mismas promesas del pacto que había hecho con Abraham. Al mismo tiempo también le reveló su plan de redención para la humanidad que sería por medio de su escalera divina, es decir, una gran obra de reconciliación. 


Una escalera sirve para proveer acceso de un lugar alto a un lugar bajo y viceversa. Una puerta sirve para dar acceso a una casa. La escalera en el sueño profético dio a conocer acerca de la obra divina de la RECONCILIACION que sería realizada por medio de la Simiente prometida en el pacto del SEÑOR con Abraham.


El mensaje de la reconciliación con el Dios de Israel es para todas las naciones, son las buenas nuevas de salvación para toda la humanidad. El Mesías que sería enviado, prometido en el pacto con Abraham, Isaac y Jacob, sería la escalera que une los cielos con la tierra, ya que, por medio de su obra de expiación, el Eterno puso fin a la hostilidad entre Él y la humanidad. Estábamos alejados de su trono, pecadores y de ánimo hostil. Pero, por medio de Yeshua, nos ha reconciliado con Él para que seamos irreprensibles y sin mancha en su presencia. 


“Podemos subir” a los cielos porque nos concedió acceso a su presencia (Juan 20:17; Romanos 5:10; Hechos 10:36-43; Colosenses 1:21-22; Hebreos 12:3). Habiendo obrado la reconciliación, Él también puede “bajar a la tierra” y establecer su reino. Primero lo establece en nuestros corazones y luego, en su segunda venida, sobre toda la tierra: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Juan 6:38; Mateo 6:10).


Citando la Torá en sus cartas a los romanos y los efesios, el apóstol Pablo se refiere al Mesías como la escalera que soñó Jacob. Nos dice que bajó del cielo, descendió al abismo y ascendió a los cielos (Romanos 10:6-7; Efesios 4:8). 


El Mesías llevó cautivo la cautividad. Por eso, todo lo irreconciliable (incluyendo la hostilidad de Esaú) quedó en sujeción a sus pies. La casa de Jacob será fuego y la de Esaú será estopa… subirán libertadores al monte Sion para juzgar al monte (el reino) de Esaú. El reino será solo del SEÑOR, reinará sin rival alguno (Abdías 18-21; I Corintios 15:27-28; II Corintios 5:20).


En el momento en que Jacob despertó del sueño, entendió que había recibido una revelación profética de gran importancia. Erigió la piedra que había puesto por cabecera por señal y derramó aceite sobre ella.  Es decir, Jacob apartó el sitio como un lugar santo, lo consagró para el uso divino.  Le puso nombre al lugar: Bet-el, que significa “Casa de Dios” (Génesis 28:16-19).


El sueño junto con la voz del SEÑOR confirmando con él el pacto con Abraham, renovó las fuerzas de Jacob y llenó su corazón de consolación y esperanza. Ahora podía seguir adelante con paciencia y perseverar, aún en medio de las circunstancias más difíciles que le tocaría pasar. Jacob sabía que el Eterno le amaba y que él era parte de un plan divino muy grande y maravilloso. 


Ahora supo que su destierro tenía un propósito divino y que el SEÑOR estaba en pleno control de cada detalle. Además ¡tenía su perdón y bendición! El Eterno no lo iba a abandonar ni dejarlo en las manos de Esau.


Jacob creyó en la promesa que el Eterno estaría con él en todo momento y que le daría todo lo necesario y lo cuidaría. Además ¡lo llevaría de regreso a la Tierra Prometida! La calma regresó a su corazón y sintió mucha paz y gratitud.


La revelación que le impartió el sueño profético marcó la vida de Jacob para siempre. Fue algo inolvidable que quedó grabado y sellado en su corazón, y le dio la fortaleza y el ánimo para todo el resto de su vida. Veinte años más tarde, en su retorno a la Tierra Prometida, Jacob pasaría nuevamente por el mismo lugar y a la misma piedra que había puesta por señal (Génesis 35:1-7). El Dios de Bet-El estaría siempre con Él y, en su retorno a la Tierra Prometida, Jacob tendría otro encuentro personal con Él. 


Jacob dio testimonio de su fe y afirmó que el Eterno era su Dios (Génesis 28:20-22). Prometió que, ya que estaba con él para bendecirle en toda obra de sus manos, iba a devolverle el diezmo de todo lo que le diera, que corresponde a la provisión que sería establecida más adelante por medio de Moisés para mantener la Casa de Dios. 


Jacob siguió su camino y llegó a Harán. Se acercó a un pozo y vio que había allí tres rebaños de ovejas. Estaban echadas, esperando su turno para tomar agua. Los habitantes de la región acostumbraban a tapar el poso con una piedra muy grande. Durante el día se juntaban los rebaños y luego, haciendo esfuerzo entre todos los pastores, hacían rodar la piedra. Entonces daban de tomar a los rebaños y, al terminar, volvían nuevamente a rodar la gran piedra a su sitio. 


Jacob se acercó y preguntó a los pastores de dónde eran y dijeron que eran de Harán. Les preguntó si conocían a su tío y le dijeron que sí. Estaba todavía estaba hablando con ellos cuando llegó Raquel, hija de Labán. 


Jacob se enamoró de la bella pastora inmediatamente. Solo y sin la ayuda de nadie ¡fue a levantar la gran piedra y destapó el pozo! Dio de beber al rebaño de Raquel. 


Jacob besó a Raquel y no contuvo más su emoción. Lloró y le explicó que él era su primo. Raquel corrió para informarle a su padre (Génesis 29:1-12). 


Labán oyó acerca de la llegada de Jacob y se apresuró para encontrarlo. Lo llevó a su casa (Génesis 29:13-16). Después de que Jacob estuvo allí un mes, le ofreció un salario por su trabajo. Jacob le dijo a Labán que estaba dispuesto a trabajar 7 años por Raquel y él estuvo de acuerdo (Génesis 29:18). 


Labán tenía dos hijas: Lea y Raquel. El acuerdo era que Jacob se casara con Raquel, pero Labán lo engañó, tramó un plan. Cuando llegó el momento acordado para su boda con Raquel, Labán organizó una gran fiesta e invitó a todos los habitantes del lugar a la celebración. Esperó la oscuridad de la noche y llevó a su hija Lea a la tienda de Jacob. El día siguiente Jacob vio que su esposa era Lea y no Raquel (Génesis 29:13-30). Había sido engañado por Labán acerca de su identidad… similar a lo que había hecho a su padre aquel día cuando le dijo “Soy Esaú tu primogénito” (Genesis 27:19). 


Cuando Jacob le reclamó a Labán por lo que había hecho, se excusó en la tradición de la región. Dijo que no era costumbre entre ellos dar a la hija menor antes que a la mayor. Le dijo que esperara que terminara la semana de la fiesta de la boda y que luego se casara con Raquel, pero que tendría que trabajar para él otros 7 años más (Génesis 29:26-27).


La situación familiar era muy conflictivo y difícil. Jacob amó más a Raquel que a Lea. 

El SEÑOR hizo que Lea concibiera hijos, pero Raquel no podía concebir. Lea nombró a su primer hijo “Rubén” (Reuvén), que significa “Dios ha visto mi aflicción”. Ella dijo: “ahora mi marido me amará.” Al poco tiempo, Lea volvió a quedar embarazada y tuvo otro hijo. Lea le puso “Simeón” (Shimon)”, que significa “Dios oyó”. Dijo que el Eterno le había oído que ella no era amada y por eso le había dado otro hijo (Génesis 29:33). Nuevamente Lea concibió y tuvo otro hijo. Le puso “Levi”, que significa “unido” porque dijo que ahora su marido se iba a unir a ella, puesto que ya le había dado tres hijos (Génesis 29:34). Por cuarta vez Lea quedó embarazada y nació otro hijo. Le puso “Judá” (Yehudá), que significa “agradecer, alabar” porque dijo “ahora agradeceré al Eterno” (Génesis 29:35). 


Cada nombre que Lea escogió para sus hijos revela que ella sufría mucho porque no se sentía amada por su marido. En su aflicción, ella acudía al Eterno y Él la escuchaba. El SEÑOR vio que Lea era aborrecida, no amada (Génesis 29:31). 


Raquel era estéril y tenía mucha envidia de su hermana porque ella si podía tener hijos. Se enojó con Jacob porque él no le había dado hijos y él le dijo que no era Dios para poder darle hijos. 

Entonces Raquel arregló que Jacob se acostara con su sierva, Bilhá y dijo: “Los hijos que ella tenga serán hijos míos” (Génesis 30:1-8). Bilhá tuvo dos hijos con Jacob. Raquel llamó el primer hijo “Dan”, que significa justicia. Dijo que Dios le había hecho justicia. Al segundo hijo lo llamo “Neftalí” que significa “lucha, gran persistencia”, porque dijo que había tenido una dura lucha con su hermana y que había vencido. 


Cuando Lea vio que no quedaba embarazada de nuevo, ella también dio su sierva a Jacob para que tuviera hijos con ella. La sierva se llamaba Zilpa y tuvo dos hijos. Al primer hijo, Lea le puso el nombre “Gad”, que significa “ha vuelto mi fortuna”. Al segundo hijo le puso “Aser” que significa “feliz” porque dijo que tenía gozo y ahora las demás mujeres le dirían que estaba feliz (Génesis 30:9-13).


Un día Rubén encontró mandrágoras y se las llevó a su madre, Lea. Raquel rogó a Lea que le diera algunas, pero Lea respondió en ira. “¿No te bastó con robarme mi marido que ahora también quieres quitarme las mandrágoras de mi hijo?” Raquel le dijo que, si le daba las mandrágoras, entonces Jacob dormiría con ella esa noche. Cuando Jacob regresó del campo, Lea le encontró y le dijo: “Tienes que dormir conmigo esta noche. Te alquilé por unas mandrágoras que encontró mi hijo” (Génesis 30:14-16). 


Lea tuvo un quinto hijo y le puso “Isacar” (Yisacar) que significa “recompensa”, porque dijo que Dios le había recompensado (Génesis 30:17). Lea tuvo otro hijo más y le puso el nombre “Zabulón” (Zevulún), que significa “habitar juntos”, porque dijo que por fin su marido habitaría con ella (Génesis 30:19). Después, Lea dio a luz a una hija y le puso “Dina” (Génesis 30:21). 

Finalmente, el SEÑOR respondió a las oraciones de Raquel, se acordó de ella. Le dio un hijo y ella le llamó “José” que significa “que añade otro”, porque dijo “Quiera el Eterno darme otro hijo” (Génesis 30:22).


La preferencia de Jacob por Raquel y la falta de amor que Lea padecía como la “no amada” estuvo mal. Hubo constantes conflictos y disputas entre las hermanas, existió un ambiente rival y tóxico en la familia, entre los hijos. El constante hostigamiento fue como un presagio de la falta amor y unión que existiría por mucho tiempo entre los dos campamentos de Jacob, es decir, los dos reinos: Israel y Judá. 


La obra divina de reconciliación que realizó el Hijo del Hombre pone fin a la hostilidad entre Dios y nosotros a causa de nuestras maldades, y también resuelve la enemistad con el prójimo (Colosenses 1:21). En las manos del SEÑOR, los dos campamentos de Israel se harán uno solo (Isaías 11:13; Ezequiel 37:19-23). “Serán una vara en mi mano… nunca más serán divididos en dos reinos”. En el momento de la restauración de todas las cosas, habitaremos los hermanos juntos en agradable armonía, una gran familia en la casa de Dios.


Jacob trabajó dos veces 7, es decir 14 años en total dedicados por complete al aporte que debía dar por sus esposas. “Mas Jacob huyó de la tierra de Aram, e Israel sirvió por una esposa, y por una esposa cuidó rebaños (Oseas 12:12). Sirvió a Labán por 7 años para poder pagar el precio de la amada y 7 años más cuidó rebaños para la no amada.


El número total de los años trabajados por Jacob implica la doble medida de perfección (llenura) divina. El número 14 señala el día de la redención. (El SEÑOR cita a su pueblo para el día 14 del primer mes para realizar su liberación de Egipto, Éxodo 12:6; el 14 de Adar que fueron liberados de sus enemigos y su tristeza se volvió banquete de alegría, Ester 9:20-22).


El Mesías trabajó para su Novia, pagó el precio de su redención, literalmente entregó su vida por ella. Trabajó para la amada (el pueblo cercano) y también para la “no amada” (el pueblo lejano). 


Refiriéndose a la inclusión de las naciones en el plan de redención, el apóstol Pablo cita al profeta Oseas diciendo: “A los que no eran mi pueblo, ahora los llamaré mi pueblo. Y amaré a los que antes no amaba”. La que aún no había recibido misericordia la recibió (Romanos 9:25).


La obra del Redentor es eficaz para la reconciliación de todo Israel en la Casa de Dios. Yeshua vino y anunció paz a los que estaban lejos y también a los que estaban cerca. Hizo de los dos un nuevo hombre y los reconcilió en un cuerpo, porque clavado sobre el madero Él dio muerte a la enemistad (Efesios 2:13-22). Resucitándose entre los muertos, al tercer día terminó toda su obra (Efesios 5:25; Lucas 13:22).


Las 12 tribus de Israel, nombradas y representadas por los hijos de Jacob, tienen vigencia eterna ante el SEÑOR (Salmo 122). Representan a todo Israel, es decir, la familia completa del SEÑOR. Son las 12 estrellas de la corona de Jerusalem.


En el momento en que Raquel dio a luz a José, Jacob le dijo a Labán que se despidiera de él porque deseaba regresar a la Tierra Prometida. Sin embargo, Labán no quiso porque se había dado cuenta (por medio de la adivinación) de que él estaba siendo prosperado en sus negocios solo por la presencia de Jacob (Génesis 30:25-27). 


Entonces Jacob aceptó seguir trabajando con él, pero con la condición de que Labán le permitiera crear sus propios rebaños. Acodaron que Jacob revisara todo el ganado y que apartara a los animales que su suegro consideraba inferiores, los que él no quería por sus manchas y colores. Así fue cómo Jacob formó su rebaño para él y sus hijos, al juntar a los animales que Labán había rechazado. Llevaron los rebaños tres días de camino para alejarse de los de Labán. 


Jacob trabajó mucho en administrar el apareamiento de los animales y logró aumentar el rebaño. El SEÑOR le ayudó porque le mostró qué hacer. Jacob apareó las cabras blancas con los machos cabríos listados, pintos y jaspeados y esto hizo aumentar mucho el número de animales en su rebaño (Génesis 31:7-13). Bendecido por el Eterno, Jacob prosperó en gran manera. 

Labán y sus hijos observaban la prosperidad de Jacob y se sentían muy celosos y envidiosos. Durante el transcurrir de los seis años siguientes, la actitud de Labán fue cambiando hacia Jacob. Su rostro cambió. 


El SEÑOR le dijo a Jacob que ya era el momento en que debía volver a la tierra de sus padres, la Tierra Prometida y le confirmó que estaba con él: “Yo estaré contigo” (Génesis 31:3). 

Entonces Jacob llamó a Raquel y a Lea al campo para poder hablarles en privado. Jacob les explicó que su padre, Labán, había cambiado, que ya no era nada amable con él. Además, Labán lo había engañado muchas veces. Había bajado su salario 10 veces. Jacob testificó que el Ángel del Eterno le había ayudado para poder soportar a Labán. 


Les informó a Raquel y a Lea que el momento de salir de Harán había llegado, que el Dios de Betel le había dicho que debía salir de allí y regresar a la Tierra Prometida. Ellas estaban de acuerdo en irse porque su padre también había sido muy malo con ellas: engañándolas y vendiéndolas. Ellas sabían que su padre no tenía nada bueno para ellas (Génesis 31:4-16). 


Ambas hijas se sentían traicionadas por su padre y, cansadas de su control maligno, mantuvieron en secreto sus planes para que Labán no se diera cuenta y empezara con sus manipuleos. Cuando llegó el momento, Jacob con sus esposas e hijos se fueron secretamente de la casa de Labán, llevando con ellos todas las posesiones que habían acumulado. Cruzaron el río Éufrates y se dirigieron hacia la región montañosa de Galaad (Génesis 31:17-21). 


Al tercer día de su huida, Labán por fin lo supo y, enfurecido, los persiguió por siete días. Entonces el SEÑOR le advirtió a Labán en sus sueños de la noche, que no dijera nada a Jacob (Génesis 31:24). 


Labán los alcanzó y le reclamó a Jacob por haberse huido sin avisarle nada. Él hubiera querido hacerle daño a Jacob, pero no se atrevió, porque “el Dios del padre de Jacob” le había advertido en sueños a que no le dijera nada. 


 Raquel había llevado los ídolos de la casa de Labán (Génesis 31:19). Los ídolos familiares se llamaban terafines, eran imágenes de dioses hechos de metal o de madera.  Labán estaba muy enfadado por el robo de sus ídolos,   

que le servian para la adivinación (Génesis 31:30-35). Le acusó a Jacob y él, sin saber que su amada Raquel los tenía, juró: “aquel con quien encuentres tus dioses no vivirá”. 


Jacob retó a Labán a buscar los ídolos y él los buscó, pero no los halló. Raquel se sentó sobre ellos y dijo que no podía levantarse porque “la costumbre de las mujeres” estaba sobre ella. 

Lo que hizo Raquel en ese momento fue como un presagio de lo que sería el problema más serio con la casa de Israel (Efraín): atada a la iniquidad no quiere abandonar a su idolatría (Oseas 13:12).


Jacob se enojó con Labán y le hizo ver que él no le había robado nada, más bien había trabajado largas horas bajo el sol durante el día y también había trabajado en el frío de la noche. Le reclamó que había trabajado para él por 20 años y que Labán había bajado su salario 10 veces. 


Ciertamente no había sido por la bondad de Labán que Jacob había prosperado. No, al contrario, prosperó a pesar de él. Labán era un hombre manipulador, miserable, tacaño y abusivo. Jacob le dijo que si el Dios de su padre, el Dios de Abraham, y el temor de Isaac no hubieran estado con él, que con gusto Labán le hubiera dejado sin nada. 


Jacob dijo: “Dios ha visto mi aflicción y la labor de mis manos e hizo justicia” (Génesis 36:41). Él había trabajado honradamente y muy duro por muchos años y durante todo ese tiempo, sabía que el Eterno estaba con él. Había bendecido lo que Jacob tenía y todo lo que hacía. El SEÑOR multiplicó y prosperó toda obra de las manos de Jacob. Le concedió la sabiduría necesaria para tomar las decisiones acertadas para el bien de sus negocios y el bienestar de sus rebaños. Por eso, aún a pesar del mal trato de Labán, Jacob prosperaba. Él confiaba plenamente en la justicia del Dios de su padre, el Dios de Bet-El, creyó sus promesas y confió en su pacto.


Labán quiso hacer un juramento para que sirviera de testimonio entre él y Jacob. No cabe duda de que tenía miedo de la venganza que merecía: “que el SEÑOR nos vigile a los dos cuando nos hallamos apartado el uno del otro” (Génesis 31:44,49). 


Jacob tomó una piedra y la levantó como señal. Luego recogieron piedras e hicieron un pilar de rocas. “Testigo sea este montón y testigo sea el pilar de que yo no pasaré de este montón hacia mí, para hacer daño”. Jacob juró por el Dios de Abraham, Aquel a quien temía su padre Isaac. Labán juró por los dioses de su padre, Nacor. Jacob ofreció un sacrificio en el monte, comieron y pasaron la noche allí. Labán se levantó temprano y regresó a Harán. 


Este pacto que Jacob y Labán hicieron fue un acuerdo mutuo de separación y marca un momento que define el inicio de la casa de Jacob como una entidad distinta, totalmente apartada y separada de Babilonia y también de Harán. 


Jacob y su gente siguieron su camino hacia la Tierra Prometida y los ángeles del Eterno le salieron al encuentro. Cuando Jacob los vio dijo: “Estos son dos campamentos del SEÑOR” y nombró el lugar “Mahanaim” (dos campamentos) (Génesis 31:1-2, 10). 


“Solo con mi cayado crucé este Jordán, y ahora he llegado a tener dos campamentos.” 


LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, OSEAS 12:12-14:10


Los hijos de Raquel eran José y Benjamín. Jacob los adoptó como propios y le dio la bendición de la primogenitura a Efraín.  Después del reino de Salomón cuando sucedió la división de Israel en dos reinos, las 10 tribus del norte eran conocidas como “Efraín” y las dos tribus del sur como “Judá”. 


El profeta Oseas recibió la Palabra del SEÑOR en los días finales del reinado de Jeroboam II, antes de la caída de Samaria. En esos días el pueblo no quiso dejar de adorar a los baales. Había corrupción religiosa y política. El mensaje del profeta Oseas fue dirigido a Efraín (la casa de Israel), que muy pronto sería asimilada por el imperio de Asiria.


Sucedió en 722 AC cuando el rey de Asiria tomó a Samaria y cautivó a las 10 tribus del norte. Con el fin de apresurar su asimilación, trajo hombres de Babilonia, Cuta y de otros lugares y habitaron en Samaria, cada uno compartiendo sus ídolos y sus ritos abominables.


Con la excepción de un remanente fiel y valiente que regresó a Jerusalem (II Crónicas 11:13-16), la casa de Israel fue totalmente asimilada por Asiria. Perdieron su identidad (Oseas 2:11; 8:11-12; 9:3,16). Cesaron sus fiestas y el Shabat. La Torá fue abandonada, llegó a ser como una cosa desconocida, algo extraño y no propio.


Oseas 12:12-14: “Mas Jacob huyó de la tierra de Aram, e Israel sirvió por una esposa, y por una esposa cuidó rebaños. Por un profeta (Moisés) el SEÑOR hizo subir a Israel de Egipto, y por un profeta (Moisés) fue guardado. Efraín le ha irritado amargamente…” 


Efraín irritó al Eterno porque multiplicó altares para pecar (Oseas 8:11-12). Además de los dos becerros que puso Jeroboam, agregó muchos dioses más. “Aunque le escribí diez mil preceptos de mi Torá, son considerados como cosa extraña.” Abandonó la Torá, se burló del Shabat y celebró los días y las fiestas paganas. Se volvió indistinguible de los paganos.


El profeta Oseas describe su asimilación por Asiria como la apostasía de volver a Egipto. Efraín no permaneció en la tierra del SEÑOR, sino que “volvió a Egipto y comió cosas inmundas” (Oseas 9:3). 


LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, JUAN 1:41-51 


La escalera en el sueño de Jacob representa al “Hijo del Hombre” (Juan 1:51). Se refiere al Rey de Israel en su función sacerdotal, como el Redentor. Hace énfasis en la plena identificación del Mesías con la condición humana, imprescindible para poder realizar la obra sacerdotal a nuestro favor, para obtener nuestra eterna redención (Daniel 7:13; Isaías 53:11; Hebreos 5:1-10).


Hay un solo Dios y mediador entre Dios y los hombres, es el Hijo del Hombre. Él se dio a sí mismo en rescate por todos (I Timoteo 2:5-6). Motivado por su amor divino, obró la reconciliación, es decir: UNIÓ los cielos con la tierra. Él es la puerta del cielo porque nos abre acceso al trono del Altísimo. Su obra de reconciliación permite y asegura la llegada del reino de los cielos a la tierra (Mateo 6:10; Colosenses 1:19-22). El Hijo del Hombre es la Roca Ungida, la preciosa Piedra Angular de la Casa de Dios.


“En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia, que ha hecho abundar para con nosotros. En toda sabiduría y discernimiento nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según el beneplácito que se propuso en Él, con miras a una buena administración en el cumplimiento de los tiempos, es decir, de reunir todas las cosas en el Mesías, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra. En Él también fuimos hechos una herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (Efesios 1:7-11).


“Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). La escalera que soñó Jacob anuncia la llegada del Hijo del Hombre, el único mediador entre Dios y los hombres. Él es el único camino, sólo en Él hay redención y la reconciliación de los cielos con la tierra, porque cargó la hostilidad de todos los pecadores (Hebreos 12:3).


Isaías profetizó que el Siervo del SEÑOR (el Hijo del Hombre) sería enviado al mundo y que su trabajo sería hacer que Jacob volviera a Él y que Israel se reuniera con Él. El profeta da a conocer que el Siervo sería enviado para levantar a las tribus de Jacob y realizar la restauración de Israel. Sería la luz de las naciones y su salvación alcanzaría hasta los confines de la tierra (Isaías 49:5-6).


La revelación de la piedra ungida por Jacob es de gran importancia. Yeshua es la piedra angular de la Casa de Dios, es el Ungido y el Enviado (Salmo 118:22-23; Mateo 21:42-44; Hechos 4:11). Es la Roca Redentor del cantico de Moisés, la fuente de aguas vivas que fue revelada en la Tora. 

  

En los tiempos del rey David, un hombre llamado Arauna (Ornan) usaba el sitio de la roca que ungio Jacob, como era, área de trillaje de granos. David había hecho un censo de todo Israel y la ira del Eterno se encendió contra él, por lo cual desató una tremenda plaga y murieron 70,000 hombres. 


Precisamente en el momento en que el Angel iba a destruir totalmente a Jerusalem, el SEÑOR lo detuvo e instruyó a David que comprara la era de Arauna. Allí David hizo los sacrificios y el SEÑOR escuchó las oraciones y detuvo la plaga.


Fue en ese mismo sitio que se construyó el primer Templo y se ubicó el Arca del pacto (II Crónicas 3:1). También fue el sitio del segundo Templo. 


Algunos años después de la destrucción del segundo Templo , el emperador romano Adriano levantó allí una imagen de Júpiter, y cambió el nombre de Israel a “Palestina”.


El monte del Templo pasó muchos años como un sitio para tirar basura. Todos los años algunos judíos llegaban en secreto a orar, llorando el 9 de Av. 


Por un tiempo el sitio fue conocido como “el trono de la virgen Maria” por la iglesia romana.


Entre los años 687 y 691 DC, el califa Abd al-Malik construyó el primero domo islamico sobre la Piedra Fundacional. Hoy el sitio sigue estando bajo autoridad islámica. Ellos reclaman la piedra como el lugar de donde subió al cielo su profeta Muhammad durante su “viaje de noche”. Dicen que la piedra quiso seguirle y subir con él, pero que el ángel Gabriel la detuvo y que su profeta y el angel dejaron sus huellas en la piedra. Tambien dicen que debajo de la piedra esta el pozo donde están los muertos esperando ser juzgados, y que se escuchan su gemidos angustiosos.


Mientras que la tradición islámica tiene la roca que unigio Jacob en suimision, debajo de su domo, dedicado a Alá y su cultura de la muerte, la hebrea la conoce el origen de la vida, como la Roca de los Cimientos, o “la Piedra Irrigadora”, fuente de aguas vivas. Dicen que fue el sitio de la creación de Adán y se reconoce como altar, porque la atadura de Isaac sucedió sobre la roca. Es la piedra que Jacob ungió, y el sitio donde tuvo el sueño de la escalera. 


Dice el adversario de nuestras almas:   

"Subiré al cielo, por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono, y me sentaré en el monte del Templo...” (Isaías 14:13). 

 


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Desde la declaración del estado de Israel en 1948, el retorno a la Tierra Prometida ha sido posible



      El retorno a la tierra de Israel

      Aliyá

       La palabra hebrea "aliyá" significa subir y se refiere al retorno de los hijos de Israel a la Tierra Prometida


      ¡El Eterno bendice a los creyentes de las naciones que aman las Escrituras y su plan de la restauración de Israel!

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