Yom Kipur
Durante el tiempo en que los hijos de Israel estuvieron acampados cerca del monte Sinaí, Moisés subió al monte 7 veces. Allí recibió y escribió los mandamientos y todas las palabras del pacto. Recibió las instrucciones para hacer el Tabernáculo porque el SEÑOR quería habitar en medio de su pueblo.
Después de la rebelión del becerro de oro, el SEÑOR dijo a Moisés: “Lábrate dos tablas de piedra como las anteriores, y Yo escribiré sobre las tablas las palabras que estaban en las primeras tablas que tú quebraste… Prepárate para mañana y allí preséntate a mí en la cumbre del monte. Y que no suba nadie contigo, ni se vea a nadie en todo el monte; ni siquiera ovejas ni bueyes pasten delante de ese monte” (Éxodo 34:1-3).
El día 30 del quinto mes (Av) Moisés las labró. El día siguiente era el primer día del sexto mes (Elul), se levantó muy temprano y subió al monte Sinaí con las nuevas tablas. Era la séptima vez que subía.
El SEÑOR descendió en la nube y estuvo con Moisés mientras que él invocaba su santo Nombre. Luego pasó por delante de Moisés y proclamó sus 13 atributos de misericordia. Moisés lo adoró e intercedió por perdón del pueblo: “si ahora he hallado gracia ante tus ojos, vaya el SEÑOR en medio de nosotros, aunque el pueblo sea de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por posesión tuya.”
El SEÑOR respondió que El haría un pacto y maravillas que no se han hecho en toda la tierra. Dio más mandamientos, habló de sus fiestas, y del Shabat. Luego le dijo a Moisés: “Escríbete estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho un pacto contigo y con Israel.”
Moisés estuvo 40 días y 40 noches. Descendió del monte Sinaí el día 10 del séptimo mes (Tishrei). Es decir, fue en Yom Kipur que Moisés descendió del monte Sinaí con las dos tablas nuevas, escritas con las mismas palabras del primer pacto. Inmersas en la misericordia del Eterno y cubiertas por su obra de expiación que sería realizada por medio de su Siervo, el Mesías, se entregaron las nuevas tablas del pacto renovado al pueblo… esta vez para escribir en cada corazón arrepentido y receptivo.
Moisés no sabía que su rostro resplandecía, Aarón y todos los hijos de Israel tuvieron temor de acercarse. Les contó todo lo que el SEÑOR había hablado e inmediatamente iniciaron el trabajo de la construcción del Tabernáculo.
LA PORCIÓN DE LA TORÁ, DEUTERONOMIO 32:1-51 Moisés escribió un cántico en el cual alaba al Eterno por su fidelidad, revela al Mesías como la Roca de la salvación, levanta y resuelve el litigio divino en nuestra contra.
LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, II SAMUEL 22:1-51 David escribió un cántico en el momento en que el SEÑOR lo libró de la mano de todos sus enemigos y de la mano de su adversario, Saúl. Su cántico es una alabanza al Mesías, la Roca de su salvación.
LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, MATEO 21:33-46 Yeshua relata la parábola de los labradores malvados y, citando al Salmo 118:22-23, se refiere a sí mismo como la Piedra que fue desechada por los constructores y habla de la inclusión de las naciones en el plan de redención. Así como Moisés profetizó en su cántico, los hijos de Israel menospreciaron a la Roca de su salvación y el SEÑOR los provocó a celos revelándose a las naciones, se dejó hallar por los insensatos que ni siquiera preguntaban por El.
Recién habían pasado el mar Rojo, estando todavía en sus orillas, Moisés escribió un hermoso cántico de alabanza al Eterno por su poderoso triunfo sobre su adversario. Fue el primer cántico que escribió: alabó al SEÑOR como el poderoso guerrero y dio a conocer al Mesías como la Diestra divina, el santo brazo extendido, fuerte y salvador. Alabó al SEÑOR por su victoria: “Canto al SEÑOR porque ha triunfado gloriosamente!” (Éxodo 15:1).
“Tu Diestra es majestuosa en poder, destroza al enemigo, por la grandeza de tu brazo quedan inmóviles”. ¡El Faraón y todos sus ejércitos se ahogaron en el mar! No hubo ningún sobreviviente.
Los hijos de Israel aprendieron el cántico. Miriam tomó el pandero y todas las mujeres salieron tras ella con panderos y danzaron con alegría y regocijo.
El primer cántico testifica acerca de la fidelidad del SEÑOR, que sería la fuerza constante durante toda la larga jornada que los hijos de Israel iniciaban ese día: “Tú los traerás y los plantarás en el monte de tu heredad, el lugar que has hecho para tu morada, oh SEÑOR, el santuario, oh SEÑOR que tus manos han establecido. El SEÑOR reinará para siempre” (Éxodo 15:17-18).
En la porción de esta semana los hijos de Israel se encuentran al final de la jornada, están en las cercanías del río Jordán. Es el último día de la vida de Moisés, cumplía 120 años. Sus muchos años de trabajo, repletos de dificultades y de tremendos desafíos ¡pero también de incontables bendiciones! habían llegado a su fin. Pronto, deleitándose en la presencia del Eterno, el precioso siervo Moisés iba a reposar de todas sus obras. Su recompensa muy grande.
Ese mismo día, Moisés recibió otro cántico del SEÑOR con las instrucciones de escribirlo y de enseñarlo al pueblo. Una vez más Moisés alaba al Eterno por su fidelidad.
El segundo cántico, además de ser profético, funge también como un litigio divino que el SEÑOR levanta en contra de los hijos de Israel. “Ahora pues, escribid este cántico para vosotros, y tú, enséñaselo a los hijos de Israel; ponlo en tu boca, para que este cántico me sea por testigo contra los hijos de Israel” (Deuteronomio 31:19).
Moisés convoca a los mismos dos testigos que el Eterno había nombrado en Deuteronomio 19:19: los cielos y la tierra. “Oíd, oh cielos, y dejadme hablar, y escuche la tierra las palabras de mi boca. Caiga como la lluvia mi enseñanza, y destile como el rocío mi discurso, como llovizna sobre el verde prado y como aguacero sobre la hierba” (Deuteronomio 32:1-2).
El mensaje del segundo cántico describe el mal comportamiento de los hijos de Israel que provocaría su destierro a Babilonia y después el exilio romano. También hace memoria de su pasado, de los días de antaño. “Corrompidamente se han portado con Él. No son sus hijos, debido a la falta de ellos; sino una generación perversa y torcida. ¿Así pagáis al Eterno, oh pueblo insensato e ignorante? ¿No es Él tu padre que te compró? Él te hizo y te estableció.
Acuérdate de los días de antaño; considera los años de todas las generaciones. Pregunta a tu padre, y él te lo hará saber; a tus ancianos, y ellos te lo dirán. Cuando el Altísimo dio a las naciones su herencia, cuando separó a los hijos del hombre; fijó los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Pues la porción del Eterno es su pueblo; Jacob es la parte de su heredad.
Lo encontró en tierra desierta, en la horrenda soledad de un desierto; lo rodeó, cuidó de él; lo guardó como a la niña de sus ojos. Como un águila que despierta si nidada que revolotea sobre los polluelos, extendió sus alas y las tomó, los llevó sobre su plumaje. El Eterno solo lo guio, y con él no hubo dios extranjero. Lo hizo cabalgar sobre las alturas de la tierra y comió el producto del campo; le hizo gustar miel de la peña y aceite del pedernal, cuajada de vacas y leche de ovejas, con grosura de corderos, y carneros de raza de Basán y machos cabríos, con lo mejor del trigo; y de la sangre de uvas bebiste vino.
Pero Jesurún engordó y dio coces (has engordado, estás cebado y rollizo); entonces abandonó a Dios que lo hizo y menospreció a la Roca de su salvación. Le provocaron a celos con dioses extraños, con abominaciones le provocaron a ira. Ofrecieron sacrificios a demonios, no a Dios, a dioses que habían conocido, dioses nuevos que vinieron recientemente, a los que vuestros padres no temieron. Despreciaste la Roca que te engendró, y olvidaste al Dios que te dio a luz” (Deuteronomio 32:5-15).
Jesurún significa “justo y recto”. Lo que estaba recto se torció. Es decir, el pueblo de la Torá cayó en apostasía. “Se engordó y dio coces”, es decir, se obstinó e hizo berrinches como un hijo malcriado y rebelde. Dio patadas violentas de rebelión.
Y sucedió exactamente lo que el Eterno les había advertido en Deuteronomio 8:17-20. El pueblo disfrutó la abundancia de la Tierra Prometida y se engordó, es decir, se volvió insensible y se olvidó de su redención de Egipto. Atribuyó a sí mismo la fuerza de su poder y riqueza. Se olvidó del Eterno y fue a buscar otros dioses. Y, a esos dioses falsos, les entregó todos los bienes que el Eterno le había dado.
¡El horrendo colmo de todo fue que ofrecieron sus propios hijos como sacrificios a los demonios! Los hicieron pasar el fuego como alimento para los ídolos y, el mismo día, entraban en el Templo de Dios como que no habían hecho nada malo (Ezequiel 23:37-39; I Corintios 10:20; Salmo 106:37).
El cántico que escribió Moisés en esta porción revela al Mesías como la Roca: “La Roca! Su obra es perfecta, porque todos sus camios son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, justo y recto es Él” (Deuteronomio 32:4).
Una roca es estable y ofrece un refugio seguro. Mientras que el pueblo, torcido y desobediente, se extraviaba y se perdía en el exilio quedándose a la deriva, la Roca (el Redentor) es siempre fiel y recto, permanece inamovible. No cambia, es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
La Roca es también la fuente de aguas vivas (Éxodo 17:6; Números 20:11; Salmo 78:15-16; I Corintios 10:4). La peña de Horeb representa a Yeshua, el Mesías. “El SEÑOR abrió la roca y brotaron las aguas, porque se acordó de su santa palabra dada a Abraham, su siervo” (Deuteronomio 8:15; Hechos 4:7-12).
Pero Jesurún menospreció la Roca de su salvación. La Piedra escogida, preciosa y angular, fue desechada por los edificadores (Isaías 8:12-15; I Pedro 2:7-8; Salmo 118:22-29). Despreciaron al Santo de Israel.
Jesurún tropezó sobre la Roca (Romanos 9:30-33). Tenía su corazón muy endurecido y también padecía de la vista. No podía ver bien. Tenía oídos, pero no escuchaba. Por eso tropezó. Rechazó la justicia de la Roca, la del Renuevo justo del linaje de David, y confió en su propia justicia que estaba torcida y desviada (Salmo 89:19-29).
“Has tropezado a causa de tu iniquidad” (Oseas 14:1; Romanos 11:8-10; I Pedro 2:1-8). Su único remedio es volver a las palabras del pacto.
Es sobre su identidad como la Roca que el Mesías prometido edificará la Casa de su Padre con piedras “vivas”. Edificada sobre la Roca, la piedra angular queda ubicada en el lugar que le corresponde y, por lo tanto, el adversario de nuestras almas jamás la podrá destruir (Mateo 16:18; Efesios 2:17-22).
“Y el Eterno vio esto y se llenó de ira, a causa de la provocación de sus hijos y de sus hijas. Entonces Él dijo: esconderé de ellos mi rostro, veré cuál será su fin; porque son una generación perversa, hijos en los cuales no hay fidelidad.
Ellos me han provocado a celo con lo que no es Dios; me han irritado con sus ídolos. Yo, pues los provocaré a celos con los que no son pueblo; los irritaré con una nación insensata, porque fuego se ha encendido en mi ira, que quema hasta las profundidades del Seol, consume la tierra con su fruto, e incendia los fundamentos de los montes” (Deuteronomio 32:19-22).
“Yo, pues, los provocaré a celos con los que no son un pueblo; los irritaré con una nación insensata” (Deuteronomio 32:21). Pablo cita el cántico de Moisés en Romanos 10:19 para explicarnos acerca de la inclusión de los creyentes de las naciones en el plan de redención. La palabra insensata significa sin entendimiento, sin Torá. Se refiere a los gentiles, a los habitantes paganos de las naciones.
El corazón del Eterno siempre ha sido alcanzar a las naciones para su redención. Su plan está claramente establecido en la Torá. La realizó por medio de la obra perfecta de la Roca: “Me dejé buscar por los que no preguntaban por mí y fui hallado por los que no me buscaban” (Isaías 65:1).
Aunque los habitantes de las naciones, entregados a la idolatría e inmoralidad, no habían preguntado por el Dios de Israel ni siquiera le habían buscado ¡lo hallaron! (Romanos 11).
El sacrificio de Yeshua fue en beneficio de toda la humanidad, ya que Él anuló el poder de la muerte (Isaías 28:16; II Timoteo 1:10). Imparte su victoria a todos los que creen en Él.
Habiendo vencido la muerte, ascendió al trono celestial y se sentó a la diestra del SEÑOR. Fue exaltado hasta lo sumo y recibió de nuevo toda aquella gloria que había dejado a un lado por el humilde pesebre de Belén. Envió su Espíritu como soplo de vida y, en ese momento brotó agua viva en abundancia para alcanzar a los habitantes de todas las naciones. A todos los que se acercaron a Él los purificó, los limpió y satisfizo su sed. “Porque derramaré agua sobre la tierra sedienta, y torrentes sobre la tierra seca; derramaré mi Espíritu sobre tu posteridad y mi bendición sobre tus descendientes. Ellos brotarán entre la hierba como sauces junto a corrientes de agua. Uno dirá yo soy del SEÑOR y otro dirá yo soy del SEÑOR y mi nombre es Israel.” (Isaías 44:3-5, citado por Yeshua en Juan 7:38).
Refiriéndose a los terribles estragos causados por los exilios y a las amargas secuelas de la idolatría, este cántico, como litigio divino, advierte: “Amontonaré calamidades sobre ellos, y emplearé en ellos mis saetas. Serán debilitados por el hambre y consumidos por la plaga y destrucción amarga; dientes de fieras enviaré sobre ellos, con veneno de serpientes que se arrastran en el polvo. Afuera traerá duelo la espada, y dentro del terror, tanto al joven como a la virgen, al niño de pecho como al hombre encanecido. Yo hubiera dicho: los haré pedazos, borraré la memoria de ellos de entre los hombres; si no hubiera temido la provocación del enemigo, no sea que entendieran mal sus adversarios, no sea que dijeran: nuestra mano ha triunfado; y el Eterno no ha hecho todo esto.
Porque son una nación privada de consejo, y no hay en ellos inteligencia. Siquiera que fueran sabios, que comprendieran esto, que disciernan su futuro. ¿Cómo pudiera uno perseguir a mil, y dos hacer a diez mil, si su Roca no los hubiera vendido y el Eterno no los hubiera entregado? En verdad, su roca no es como nuestra Roca; aun nuestros mismos enemigos así lo juzgan. Porque su vid es la vid de Sodoma y de los campos de Gomorra; sus uvas son uvas venenosas, sus racimos amargos. Su vino es veneno de serpientes, y ponzoña mortal de cobras” (Deuteronomio 32:23-33).
“¿No tengo yo esto guardado conmigo, sellado en mis tesoros? Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cercano, ya se precipita lo que les está preparado. Porque el Eterno vindicará a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos, cuando vea que su fuerza se ha ido, y que nadie queda, ni siervo ni libre. Dirá Él entonces: ¿dónde están sus dioses, la roca en que buscaban refugio, los que comían la grosura de sus sacrificios, y bebían el vino de su libación? ¡Que se levanten y os ayuden! ¡Que sean ellos vuestro refugio!
Ved ahora que yo, yo soy el SEÑOR y fuera de mí no hay dios. Yo hago morir y yo sano, y no hay quien pueda librarse de mi mano. Ciertamente, alzo a los cielos con mi mano, y digo: como que vivo yo para siempre, cuando afilé mi espada flameante y con mi mano empuñé la justicia, me vengaré de mis adversarios y daré el pago a los que me aborrecen. Embriagaré mis saetas con sangre y mi espada se hartará de carne, de sangre de muertos y cautivos, de los jefes de larga cabellera del enemigo. Regocijaos, naciones, con su pueblo, porque Él vengará la sangre de sus siervos; traerá venganza sobre sus adversarios y hará expiación por su tierra y su pueblo” (Deuteronomio 32:34-43).
A pesar de revelar tanta tragedia, el cántico de Moisés concluye con grandes promesas de restauración. Termina con notas gloriosas de expiación, perdón, conquista y victoria, porque la Roca vendrá y destruirá a todos los enemigos de Israel (Daniel 2:34-35). Vendrá de los cielos y desmenuzará a los reinos de todas las naciones, establecerá su reino que llenará toda la tierra.
“Regocijaos, naciones, con su pueblo” (Deuteronomio 32:43). Pablo cita estas palabras del cántico en su carta a los romanos, también para explicarnos acerca de la inclusión de las naciones en el plan de redención (Romanos 15:10).
El cántico sirve como un litigio, es decir como proceso legal levantado por el SEÑOR de los ejércitos en contra de su pueblo por su incumplimiento e infidelidad al pacto. Hay testigos y es necesario resolverlo en la corte divina.
“No es una coincidencia que al mero inicio de este cántico profético se nos recuerda del pacto. Este tema del pacto, que tanto domina a lo largo de Deuteronomio, también juega un papel preponderante aquí al final del libro. Los estudiosos con razón han observado que la forma misma como aquí esto se ha moldeado recuerda las formas que tomaban los antiguos pactos del Medio Oriente. La forma específica que encontramos en el Capítulo 32 se llama riv.
Esencialmente, un riv es un antiguo litigio, un proceso legal que el gran rey presentaba en contra de su vasallo incumplido con quien existía un tratado.
El cántico principia con una apelación ante el acusado para que preste atención a lo que se está anunciando. Se llama a los cielos y a la tierra como testigos para que escuchen la seria acusación. Después continúa con la sección del interrogatorio en la cual el acusador (o su representante) plantea preguntas en las que la acusación está implícita.
Seguidamente, viene una declaración de los beneficios que en el pasado el vasallo rebelde recibió de su señor (una persona de gran poder o autoridad) y de la ingratitud del vasallo. Finalmente, se hace la declaración de culpabilidad y al vasallo se le presenta la opción de su juicio venidero o la de que enmiende sus errores.” (Páginas 1130-1131, Torah Club Volume One, Parasha Haazinu, copyright First Fruits of Zion)
La infidelidad del pueblo es confirmada por varios testigos: los montes de Israel, la Torá que estaba guardada junto al Arca del Pacto, el cántico de Moisés, los cielos y la tierra (Deuteronomio 31:26, 28; 21).
Los testigos deben hablar el momento que les asignado por el Eterno. Toda la humanidad queda sin excusa alguna ante el litigio divino, porque no hay nadie que ha escapado ni alguien que podrá escapar la vista de los cielos y la tierra. “Y ahora pregunta a las bestias, y que ellas te enseñen, y a las aves de los cielos, y que ellas te informen. O habla a la tierra y que ella te instruya, y que los peces del mar te o declaren. ¿Quién entre todos ellos no sabe que la mano del SEÑOR ha hecho esto, que en su mano está la vida de todo ser viviente, y el aliento de toda carne de hombre?” (Job 12:7-12)
Pero algo absolutamente magnifico sucede: la misma Roca que los hijos de Israel despreciaron resuelve el litigio divino. La Roca es el Redentor, es el SEÑOR de los ejércitos (Isaías 44:6-8). Resuelve el litigio porque Él mismo imparte su propia rectitud a todo aquel que cree en Él. Por eso son tan abundantes las aguas vivas que corren por la obra perfecta de la Roca. Son suficientes para purificarnos de toda nuestra maldad y rebelión, fluyen desde Jerusalem hacia todas las naciones.
Entonces los testigos se quedan callados, guardan silencio. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? El Mesías Yeshua es el que murió, y, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor del Mesías?” (Romanos 8). ¡Nada ni nadie!
Moisés, al lado de Josué, hijo de Nun, habló todas las palabras del cántico al pueblo y dijo: “Fijad en vuestro corazón todas las palabras con que os advierto hoy, las cuales ordenaréis a vuestros hijos que las obedezcan cuidadosamente, todas las palabras de esta ley. Porque no es una palabra inútil para vosotros; ciertamente es vuestra vida” (Deuteronomio 32:44-47).
Entonces el SEÑOR le dijo a Moisés que subiera al monte Nebo a contemplar la Tierra Prometida. Iba a morir allí.
Antes de subir al Monte Nebo, Moisés bendijo a las tribus de Israel. La última porción de la Torá (Deuteronomio 33:1-34:12, Vezot HaBraja) se lee en la fiesta de Simjat Torá.
LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, II SAMUEL 22:1-51
David escribió un cántico en el momento en que el SEÑOR lo libró de la mano de todos sus enemigos y de la mano de su adversario, Saúl.
Su cántico es una alabanza a la Roca de salvación, su refugio. “El SEÑOR es mi Roca, mi baluarte, y mi libertador; mi Dios, mi Roca en quien me refugio; mi escudo y el cuerno de mi salvación, mi altura inexpugnable y mi refugio, salvador mío, tú que me salvas de la violencia” (II Samuel 22:1-3).
El cántico de David inicia y concluye con alabanza a la Roca de su salvación. “El SEÑOR vive, bendita sea mi Roca, y ensalzado sea Dios, Roca de mi salvación” (II Samuel 22:47).
David declara en el Salmo 18:1-2: yo te amo, Eterno, fortaleza mía. El Eterno es mi Roca, mi baluarte, y mi libertador; mi Dios, mi Roca en quien me refugio”.
“El Eterno, Roca mía y redentor mío (Salmo 19:14). El Eterno es recto, mi Roca, no hay injusticia en Él (Salmo 92:15). El Eterno es la Roca de nuestra salvación” (Salmo 95:1).
LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, MATEO 21:33-46
Yeshua relató una parábola acerca del reino de los cielos. Mientras enseñaba, se acercaron los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo.
La parábola que impartió era acerca de un hacendado que plantó una viña y la cercó con un muro. Cavó un lagar y edificó una torre, y la arrendó a unos labradores. Luego se fue de viaje, y cuando se acercó el momento de la cosecha, envió a sus siervos a los labradores para recibir sus frutos.
Pero los labradores de la viña tomaron los siervos y los golpearon y a otros mataron. Entonces el hacendado envió a más siervos, pero les hicieron lo mismo. Finalmente envió a su hijo, pero dijeron entonces: “Este es el heredero; venid, matémoslo y apoderémonos de su heredad.” Entonces le echaron mano, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Yeshua les preguntó: “Cuando venga, pues, el dueño de la viña ¿qué hará a esos labradores?”
Entonces ellos respondieron: “Llevará a esos miserables a un fin lamentable y arrendará la viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo.”
Entonces Yeshua les respondió con el Salmo 118:22-23, diciéndoles que la piedra que desecharon los constructores se trataba de la piedra angular, y que “el reino de los cielos os será quitado y será dado a una nación que produzca los frutos de él. Y el que caiga sobre esta piedra será hecho pedazos; pero sobre quien ella caiga, lo esparcirá como polvo” (Mateo 21:43-44).
Por medio de esta parábola, el Mesías da a conocer que Él es la Roca. Revela también la inclusión de los creyentes de todas las naciones como parte de la Casa de Dios, y también da a conocer la incredulidad de Israel.
“Oíd, oh cielos, y dejadme hablar, y escuche la tierra las palabras de mi boca. Caiga como la lluvia mi enseñanza, y destile como el rocío mi discurso, como llovizna sobre el verde prado y como aguacero sobre la hierba” (Deuteronomio 32:1-2).
La Torá es lluvia de los cielos. El SEÑOR les había dicho desde el principio que la Tierra Prometida bebía las lluvias del cielo. Si obedecían sus mandamientos para servirle con todo el corazón y alma, entonces Él enviaría las lluvias a su tiempo, la temprana y la tardía. Iban a poder depender de un ciclo de lluvias predecible. Así podían trabajar y planear en paz, sabiendo que iban a cosechar con éxito lo que habían sembrado: grano, mosto y aceite. Tampoco faltaría la hierba abundante en los campos para alimentar el ganado.
Sin embargo, si sus corazones se dejaban engañar y se desviaban en idolatría, entonces los cielos se iban a cerrar y la tierra dejaría de producir alimento. “El cielo que está encima de tu cabeza será de bronce, y la tierra que está debajo de ti, de hierro” (Deuteronomio 28:23).
“…en los días de Elías el cielo fue cerrado por tres años y seis meses y hubo gran hambre sobre toda la tierra” (Lucas 4:25). “Él convierte los ríos en desierto, y los manantiales en secadales; la tierra fértil en salinas, por la maldad de los que moran en ella” (Salmo 107:33-34). La lluvia fuera de su tiempo y en grandes tormentas y medidas anormales es una advertencia y juicio divino y un llamado al arrepentimiento (Jueces 5:21; I Samuel 12:16-19).
El profeta Isaías nos revela acerca de la condición de la tierra y sus habitantes, en apostasía y alejados de Dios, al final de los tiempos. Contaminada y arruinada por sus habitantes, la tierra está de duelo porque una maldición la devora, sus habitantes son consumidos y quedan pocos. Toda casa está cerrada para que no entre nadie por temor a las enfermedades y plagas.
“Se hace pedazos la tierra, en gran manera se agrieta, con violencia tiembla la tierra. Se tambalea, oscila la tierra como un ebrio, se balancea como una choza, pues pesa sobre ella su transgresión” (Isaías 24:1-23).
Yeshua nos advierte que llegará el momento en que los extremos climáticos infundirán terror en los habitantes de la tierra. “Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra, angustia entre las naciones, perplejas del rugido del mar y de las olas, desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que vendrán sobre la tierra; porque las potencias de los cielos serán sacudidas” (Lucas 21:25-26).
En esos momentos los cielos y la tierra se habrán
levantado como testigos a tirar las primeras piedras a los blasfemos. Señalarán a la humanidad por su gran maldad. El libro de Apocalipsis va detallando lo que ha de suceder. “Los que no fueron muertos por estas plagas, no se arrepintieron de las obras de sus manos ni dejaron de adorar a los demonios… y no se arrepintieron de sus homicidios ni de sus hechicerías ni de su inmoralidad ni de sus robos” (Apocalipsis 9:20).
Así como profetizan las Escrituras, Yeshua revelará su rostro a sus hermanos, así como lo hizo Josué en Egipto. Ese día será Yom Kipur, la iniquidad será quitada, removida (Zacarias 3:9). “He aquí la Piedra que he puesto… tiene 7 ojos…aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalem para lavar el pecado y la impureza…” (Zacarias 3:9; 13:1). Abrazarán al nuevo pacto y la Torá será escrita en cada corazón. Las sobrevivientes de las naciones que sitiaron a Jerusalem subirán para celebrar la fiesta de Sukot y allí aprenderán los caminos del Dios de Jacob (Zacarias 14:16; Isaías 11:1-5).
El SEÑOR hará reunir a las naciones en el valle de Armagedón y derramará su ira sobre ellas.
“Estuviste mirando hasta que una Piedra fue cortada sin ayuda de manos, y golpeó a la estatua en sus pies de hierro y de barro, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados, todos a la vez, el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro; quedaron como el tamo de las eras del verano, y el viento de los llevó sin que quedara rastro alguno de ellos. Y la Piedra que había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra” (Daniel 2:35).
Apocalipsis 15:1-4 se refiere al momento en que los que saldrán victoriosos sobre la bestia (el anti-Mesías), sobre su imagen y sobre el número de su nombre. Alabarán al Eterno con los mismos cánticos que escribió Moisés que esos son también los cánticos del Cordero.
Su victoria sobre el adversario de nuestras almas y sus ejércitos será completo y absoluto, y no quedará más ninguno de ellos. El Cordero reinará sin rival alguno.
¡La Diestra del Eterno es todo poder!
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La palabra hebrea "aliyá" significa subir y se refiere al retorno de los hijos de Israel a la Tierra Prometida
¡El Eterno bendice a los creyentes de las naciones que aman las Escrituras y su plan de la restauración de Israel!
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