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Porción doble Ajarei Mot y Kedoshim

LA PORCIÓN DE LA TORÁ, LEVÍTICO 16:1-20:27 El SEÑOR instruye a los sacerdotes para el día de Expiación (Yom Kipur). También instruye acerca de las prohibiciones relacionadas con la sangre, las relaciones sexuales ilícitas y la idolatría.


“SEREIS SANTOS PORQUE YO SOY SANTO” declara el Eterno (Levítico 19:2; 20:7,26) e instruye acerca de la santificación. Advierte que la conducta profana contaminaría a la Tierra Prometida y que resultaría en la expulsión (el destierro) de sus habitantes.


LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, AMOS 9:7-15 La conducta profana de sus habitantes contaminó la Tierra Prometida y la consecuencia fue la expulsión. La casa de Israel fue arrancada y zarandeada como el grano en la criba entre todas las naciones. Sin embargo, por la bondad del Eterno una vez más será plantada en ella y nunca más será arrancada


LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, MATEO 15: 10-20 El Mesías Yeshua es el cumplimiento de todo aquello que el gran día de purificación señala y simboliza. Su obra fue perfecta y sigue vigente y poderosa para purificar al corazón y la conciencia humana.


“El SEÑOR habló a Moisés después de la muerte de los hijos de Aarón, cuando se acercaron al SEÑOR y murieron… Di a tu hermano Aarón que no en todo tiempo entre en el lugar santo detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, no sea que muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio” (Levítico 16:1-2).



Al mencionar una vez más a los hijos de Aarón en el contexto de sus instrucciones para el gran Dia de la Expiación, el SEÑOR está haciendo énfasis en que no somos capaces de obrar nuestra propia expiación y que Él no aceptará ningún método o idea que se nos pudiera ocurrir, ya que sería fuego extraño. El sumo sacerdote no podía entrar detrás del velo en cualquier momento. Tenía que hacerlo según las instrucciones divinas precisas: una sola vez al año, el décimo día del séptimo mes, con el propósito de hacer la expiación (purificación), tanto por el Tabernáculo como también por todo Israel. 


Ese día es conocido como “Yom Kipur” (el Día de Expiación). Kipur denota “cobertura, cancelación, perdón, reconciliación, expiación”. En el Día de Expiación, el sumo sacerdote entraba 3 veces al lugar santísimo. Debía entrar para hacer la nube de incienso (v. 12-13), para esparcir la sangre del novillo (v. 14), y para esparcir la sangre del macho cabrío (v.15).


Hay paralelos entre el proceso de la purificación de un individuo que había estado leproso y la purificación que se realizaba en Yom Kipur. Debía presentar dos pajarillos, uno debía morir y el otro se dejaba libre. En el día de Expiación se presentaban dos cabritos: uno era ofrecido como ofrenda jatat y el otro llevaba los pecados del pueblo al desierto (a una región inaccesible). 

En Yom Kipur se hacía la purificación de toda una nación “leprosa”. Era el día de la purificación de la muerte para todo Israel. Lo que se hacía en ese día purificaba al pueblo, purificaba completamente al Tabernáculo incluyendo el lugar santísimo. En ese día se derramaba el amor y la gracia del SEÑOR como en ningún otro. 


Los dos elementos principales que debían administrar cuidadosamente para realizar la expiación eran la sangre de los sacrificios y el incienso aromático. Mientras que la sangre simboliza la paga por el pecado, el incienso representa la obra de intercesión del sumo sacerdote (Salmo 141:2). Ambos elementos señalan la obra perfecta del Mesías. 


El sumo sacerdote entraba en el santuario con un becerro como sacrificio por el pecado y con un carnero para holocausto. Se lavaba con agua y luego se vestía con la ropa sagrada: una túnica de lino consagrada, calzoncillos, un cinturón y turbante también todo de lino.

De parte del pueblo había que llevar dos chivos como sacrificio por el pecado, y un carnero para ofrecerlo en holocausto. El becerro era para el perdón de sus propios pecados y de los de su familia. Se echaba suertes sobre los dos chivos: una por el SEÑOR y la otra por azazel. 


Al que estaba asignado para el SEÑOR lo debía inmolar como ofrenda por el pecado; pero el chivo asignado para azazello debía presentar vivo ante el SEÑOR para obtener el perdón de pecados, y después llevarlo al desierto.


Después de ofrecer el becerro como su propio sacrificio por el pecado, tomaba un incensario lleno de brasas tomadas del altar que estaba ante el SEÑOR, y dos puñados de incienso aromático molido. Los llevaba detrás del velo y echaba el incienso sobre el fuego en presencia del SEÑOR. El humo del incienso cubría la tapa que estaba sobre el arca del pacto (el propiciatorio). 


Rociaba un poco de la sangre del becerro sobre la tapa, por el lado oriental. Luego rociaba la sangre 7 veces, por la parte delantera de la tapa. 

Luego mataba el chivo que correspondía por el pecado del pueblo. Llevaba esa sangre a la parte que estaba tras el velo. La rociaba por encima y delante de la tapa, tal como lo había hecho con la sangre del becerro. Así limpiaba el santuario de todas las impurezas, rebeliones y pecados. Mientras estuviera dentro del santuario para obtener el perdón de los pecados, y hasta que él saliera, nadie podía estar en el Tabernáculo. 


Ya que hubiera obtenido el perdón de los pecados de él y de su familia, y también de todo Israel, debía salir para ir a purificar el altar que estaba delante del SEÑOR. Aplicaba un poco de la sangre del sacrificio sobre los cuernos y alrededor del altar.


Rociaba la sangre sobre el altar 7 veces. Cuando hubiera terminado de purificar el santuario, la tienda de reunión y el altar, el sumo sacerdote mandaba a traer al chivo que aún estaba vivo. Ponía sus manos sobre la cabeza del animal y confesaba sobre él todas las maldades, rebeliones y pecados del pueblo. De esta manera ponía los pecados sobre la cabeza del chivo. Luego se le soltaba el chivo en el desierto. Al perderse el chivo en el desierto, simbólicamente llevaba todas las maldades del pueblo a lugares “inaccesibles”.


Luego, el sumo sacerdote entraba en la tienda de reunión y se quitaba la ropa de lino que había puesto para entrar en el santuario. Allí mismo en el santuario se lavaba con agua. Después de vestirse nuevamente, esta vez con sus vestiduras sagradas para “gloria y hermosura” (Éxodo 28:2), debía salir para presentar otras ofrendas y quemar la grasa del sacrificio en el altar. El que había llevado el chivo al desierto debía bañarse y lavar su ropa. Después podía entrar en el campamento. 


En cuanto al becerro y al macho cabrío que habían sido sacrificados por el pecado, los llevaban fuera del campamento para quemar su piel, carne y desechos. 


El propósito de Yom Kipur y de los sacrificios requeridos para ese día era para la purificación (expiación): se hacía expiación por el santuario a causa de la impureza de los hijos de Israel. “…porque en este día se hará expiación por vosotros para purificaros; de todos vuestros pecados quedaréis puros ante el Eterno” (Levítico 16:16, 30, 33-34).

“Ningún trabajo haréis, es día de reposo…” El énfasis en guardar reposo en el Día de Expiación resalta la gracia del SEÑOR. Nos hace ver claramente que es Él que nos purifica de la muerte, no se hace por alguna obra nuestra, sino que solamente por la gracia divina, la misma que fue dada en el Mesías Yeshua desde la eternidad. La expiación es solamente por su gracia, por el favor divino que jamás podríamos merecer.

Además de guardar reposo, el mandato divino para ese día era: “Humillaréis vuestras almas” (Levítico 16:29, 31).

La tradición hebrea interpreta el mandato de humillar el alma como el de guardar un ayuno completo. Esdras proclamó un ayuno para “humillarnos delante de nuestro Dios”. El salmista afirma que humilló su alma con el ayuno. Por eso, se guarda un ayuno solemne ese día (Esdras 8:21-23; Isaías 58:3; Salmo 35:13). Los de Nínive ayunaron (humillaron sus almas) por la predicación del profeta Jonás.

Incluidos como parte del ayuno hay 5 abstenciones: de comida y bebida, de bañarse, del uso de aceite o ungüento para el cuerpo, de usar zapatos de cuero, y tener relaciones sexuales.


También se lee el libro de Jonás en Yom Kipur. Si los habitantes paganos de Nínive se arrepintieron y ayunaron ante el Dios de Israel ¿cómo no se arrepentirá el pueblo que tiene su Palabra?


El macho cabrío de la suerte azazel era conocido como “el macho cabrío de la remoción de la maldad” (traducido también como “chivo expiatorio”). 


En el Talmud azazel se traduce como “monte empinado” y denotaba la roca desde donde se lanzaba el macho cabrío de la remoción.


La palabra azazel es sinónimo de eretz gezerá que significa “región inaccesible”. Salmo 103:12 y Miqueas 7:18-20: “Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros nuestras transgresiones. El perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía. Hollará nuestras iniquidades y arrojará todos nuestros pecados a las profundidades del mar.”


En su primera venida, el Mesías figuró como el sacrificio señalado para el SEÑOR. Se dio a sí mismo como una ofrenda por el pecado. Murió en nuestro lugar, como sustituto (Isaías 53:6; I Juan 2:2).  En su segunda venida, cumplirá el deber de macho cabrío apartado para azazel. Jeremías 31:34: el SEÑOR perdonará nuestra maldad y no se acordará más de nuestro pecado. Jeremías 50:20: Se buscará la iniquidad de Israel y los pecados de Judá, pero no se hallarán. Citando Isaías 59:20, Pablo afirma que el Libertador vendrá de Sion y apartará la impiedad de Jacob, quitará (removerá) sus pecados (Romanos 11:26).


Yom Kipur anuncia nuestra restauración plena por el hecho de regresar (retornar, volver a Dios) y tendrá su cumplimiento perfecto en la segunda venida del Mesías Yeshua, cuando por fin lo podremos ver "cara a cara". 


Daniel 9:24 nos revela que el SEÑOR ha decretado un momento preciso para cumplir proféticamente el día de Expiación. Cuando llegue el momento que ha sido señalado, Él realizará la restauración de Jerusalem, removerá al pecado y establecerá la justicia perdurable. 


El SEÑOR prohíbe que los sacrificios se hagan en cualquier lugar, ya que hacerlo así sería un acto pagano e idolatra. Aquel que se atrevía hacer algún sacrificio sin seguir las instrucciones del SEÑOR, lo hacía sin discernimiento, como “fuego extraño”. Su motivación era idólatra porque lo estaba haciendo según su propio criterio, para complacerse a sí mismo. 


Levítico 17:1-9: Si alguien matara un toro, un cordero o una cabra, debía llevarlo a la entrada de la tienda de reunión para presentarlo como ofrenda al SEÑOR. Si no lo hacía, era culpable de derramamiento de sangre. El sacerdote debía rociar la sangre sobre el altar del SEÑOR y quemar la grasa como aroma agradable. 


“Ya no sacrificarán sus sacrificios a los demonios con los cuales se prostituyen. Esto les será estatuto perpetuo por todas las generaciones” (Levítico 17:7). Los ídolos y los demonios están ligados. 

Levítico 18:21 nos hace ver que la inmoralidad y la idolatría van de la mano: “Tampoco darás hijo tuyo para ofrecerlo a Moloc”. Oseas 4:11-12 nos revela que el mismo espíritu inmundo de la inmoralidad también opera en la idolatría. “La prostitución, el vino y el mosto quitan el juicio. Mi pueblo consulta a su ídolo de madera, y su vara les informa; porque un espíritu de prostitución los ha descarriado, y se han prostituido, apartándose de su Dios. Ofrecen sacrificios sobre las cumbres de los montes.”


El rey Jeroboam creó su propio sacerdocio y lo asignó a los lugares altos, para hacer sacrificios a los demonios (II Crónicas 11:15). “Sacrificaron a sus hijos y a sus hijas a los demonios y derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, a quienes sacrificaron a los ídolos de Canaán” (Salmo 106:37-39). Lo que los paganos sacrifican, lo sacrifican a los demonios y no a Dios y “no quiero que seáis participes con los demonios; no podéis participar del altar del SEÑOR y del altar de los demonios.” (I Corintios 10:19-22).


Israel abandonó a Dios y menospreció la Roca de su salvación, le provocaron a celos con dioses extraños, ofrecieron sacrificios a demonios y no al SEÑOR (Deuteronomio 32:16-17).


El SEÑOR estará en contra de toda persona que coma sangre, sea en la forma que sea (Levítico 17:10-14). Levítico 17:13-14: Si alguien cazaba un animal o ave, su sangre debía ser derramada sobre la tierra y cubierta con tierra. Había que respetar la sangre. Todo ser viviente vive por la sangre que está en él. El SEÑOR prohíbe comer sangre porque la sangre es vida y por eso puede expiar por la vida. Nadie debe comer sangre por esa razón. El que come sangre está despreciando la vida. La sangre hace expiación por razón de la vida, es sinónimo de la vida. 

Yom Kipur purificaba el campamento de los hijos de Israel. Realizaba la condición imprescindible para que la morada del Santo de Israel permaneciera en medio de su pueblo. De un pueblo purificado, se espera un comportamiento recto, según los mandamientos del SEÑOR. 


“No sigan las costumbres de Egipto, país en el cual vivieron. No sigan las costumbres de Canaán, país al cual voy a llevarlos, ni vivan conforme a sus leyes. Cumplan mis decretos; pongan en práctica mis leyes; vivan conforme a ellos. Yo soy el Eterno su Dios. Pongan en práctica mis leyes y decretos (mi Torá). El hombre que los cumpla vivirá, Yo soy el Eterno” (Levítico 18:2-5). 

La conducta según las leyes justas de la Torá prolongaba la vida de los habitantes en la Tierra de Israel. Enviando la lluvia a su tiempo, el SEÑOR bendecía y hacía posible una vida larga, digna y próspera para todos los habitantes. 


La conducta abominable de sus habitantes contamina la tierra. La tierra se corrompe y arroja (vomita) a sus moradores (Levítico 18:24-28). 


El comportamiento abominable descrito el Levítico 18 desafía la presencia del SEÑOR, no le permite permanecer en su morada entre el pueblo. Le obliga a retirar su presencia, ya que la conducta maligna pertenece al reino de las tinieblas y no corresponde a los hijos de la luz. 


La conducta inmoral provoca que la presencia del Eterno abandone su Casa. Con esa base en la Torá, Pablo nos exhorta en I Corintios 3:16-17; 6:15-20 de que somos Templo del SEÑOR y, por eso, el Espíritu de santidad mora en nosotros. El que fornica, peca contra su propio cuerpo, porque la inmoralidad es camino de muerte y desafía la presencia del Espíritu, así como impedía la presencia divina en el Tabernáculo.


El Templo del SEÑOR (en este contexto es nuestro cuerpo) no puede tener ninguna relación con los ídolos ni con asuntos abominables. Todos los redimidos formamos parte del Templo santo del SEÑOR, somos su morada (II Corintios 6:16; Efesios 2:19-22). 


Las abominaciones traen muerte y no conduce a la vida. El SEÑOR advierte que, si los hijos de Israel se conducían cómo los habitantes de Canaán o los de Egipto, entonces no iban a poder permanecer en la Tierra Prometida. Más bien, la tierra los iba a arrojar (vomitar) (Levítico 18:27-28).


Levítico 18:6-23 define la conducta abominable que el SEÑOR aborrece: (1) El incesto: que un hombre tenga relaciones sexuales con una mujer de su propia familia (madre, hermana, nieta, tía, nuera, cuñada). Esa es conducta depravada (planes malvados) porque, entonces, son de la misma sangre. (2) Que un hombre tenga relaciones con una mujer y también con su hija (3) Que un hombre tenga relaciones con sus hermanas. (4) Que un hombre tenga relaciones sexuales con una mujer en su período de menstruación. (5) Que un hombre tenga relaciones sexuales con la mujer de su prójimo. (6) Que los padres entreguen a sus hijos a los dioses (a Moloc), pues eso profana el nombre del Eterno. (7) Que un hombre tenga relaciones sexuales con otro hombre, lo cual es abominación. (8) Que un hombre o una mujer se entreguen a actos sexuales con un animal, lo cual también es abominación. 


Las relaciones sexuales entre parientes cercanos son prohibidas. Los familiares inmediatos están fuera de los límites en lo que se refiere a posibles compañeros de la vida. Estos incluyen a los que podrían ser de la misma casa: los padres, madrastra, hermana, nietos, medio- hermana, tía, esposa del tío, nuera, cuñada.


El abuso sexual es abominable ante los ojos del SEÑOR. Generalmente, las víctimas del incesto son los más vulnerables e inocentes, niños o niñas de tierna edad. El que comete incesto está realizando un vil acto de agresión y violencia en contra de su propia familia. Manipula, amenaza y miente al intentar esconder su maldad, pero el SEÑOR todo lo ve. 


El incesto y todo abuso sexual es extremadamente dañino, no solamente en el momento de la agresión, sino que por mucho tiempo después. La dignidad de las víctimas es violada y el sentido más profundo de su valor como ser humano es atacada. Aparecen en su alma como manchas de muerte, porque ha sido expuesto a lo maligno y tendrá que lidiar con asuntos feos que ni siquiera debían pasar por su mente. 


Moisés les habló a todo Israel acerca de la santidad. “El texto indica que Moshé no sólo debía hablarles a algunos de los hijos de Israel, sino a la comunidad entera. La presencia de la comunidad en bloque significa que la meta final de la santidad sólo se puede alcanzar mediante los esfuerzos colectivos de toda la nación. De esto podemos aprender que hay un nivel personal de santidad en el que el SEÑOR desea que individualmente andemos. Pero, también hay una santidad colectiva en la que debemos andar como comunidad. Como creyentes, estamos conectados unos con otros, en dependencia y apoyo los unos de los otros. Dios lo sabía. Por esa razón prefirió que Moshé le hablara a la asamblea en general, en vez de sólo a un grupo selecto.” (Página 638, FFOZ, Torah Club Vol. I, copyright First Fruits of Zion, www.ffoz.org)


Citando el Talmud, el Dr. J.H. Hertz comenta: “La Torá con su mensaje de santidad es la herencia de todo Israel. No se trata de un pequeño grupo de especialistas en religión que vivan apartados, mientras el resto del pueblo se hunde en la ignorancia y la superstición. El hombre no sólo debe adorar a Dios, sino debe tener intimidad con Él. Por sus obras debe dar a conocer lo divino que ha sido implantado en corazón; y manifestar, por la pureza y la rectitud de sus acciones, que es del SEÑOR. 


El hombre mortal no puede imitar la infinita majestad de Dios o su eternidad, pero sí puede esforzarse para alcanzar la pureza divina, al mantenerse alejado de todo lo que sea repugnante y contaminante y especialmente puede imitar las cualidades misericordiosas de Dios. Los rabinos toman como que ‘imitar a Dios’ es el más alto ideal humano. ‘Sed como Dios, pues Él es misericordioso y bondadoso, así sed vosotros: misericordiosos y bondadosos’. Las Escrituras nos mandan: ‘seguid los pasos de vuestro SEÑOR y Dios’. Pero, como el SEÑOR es fuego consumidor ¿cómo puede el hombre seguirle? Lo que realmente significa esta frase es que, puesto que sabemos que Él es misericordioso, amoroso, paciente, así debemos ser nosotros. Observemos cómo en una de las primeras páginas de la Torá, Dios vistió la desnudez de Adán; y en una de las últimas, enterró a Moisés, ya muerto. Él sana a los enfermos, libera a los cautivos, hace el bien aún a sus enemigos, y es misericordioso, tanto con los vivos como con los muertos.” (Página 497, Dr. J.H. Hertz, The Pentateuch and Haftorahs)


El apóstol Pablo nos enseña que la santificación del creyente es el resultado de su proceso de crecimiento espiritual, basado en la transformación y la renovación de su entendimiento y de su conducta (Romanos 12:1). La mentalidad esclava no es compatible con el reino de los cielos, y debe ser renovada por medio de la instrucción del Eterno. 


El éxito del proceso y los buenos frutos de santificación que produce dependen de la participación del creyente. Dependen de su obediencia a los mandamientos del SEÑOR. Somos sus discípulos y durante toda la vida estamos aprendiendo y creciendo. 

Al mismo tiempo que la santificación nos aparta del mundo como el especial tesoro del SEÑOR, también nos capacita para ser luz en medio de las tinieblas del mundo. Nos bendice, prolonga nuestras vidas y nuestro bienestar.


“YO SOY EL ETERNO TU DIOS” es repetida en los Capítulos 19-20 ya que la identidad del Eterno es el marco amoroso de sus instrucciones para la santidad que requiere. Al repetirnos esta gran verdad, el SEÑOR nos está comunicando que le pertenecemos como su especial y muy precioso y amado tesoro. Por lo tanto, los que han sido perdonados y purificados por medio de la expiación, deben conducirse en santidad. Apartándose de las tinieblas, deben vivir como hijos de la luz. Escoger la santidad es escoger vida. 


La santidad que el SEÑOR espera de nuestras vidas no se trata de algo místico o de alguna manifestación sobrenatural. Más bien, la santidad es algo sumamente práctico, “pies sobre tierra”: es el buen trato del prójimo. Amando al prójimo, sinceramente nos interesa su bienestar.


La obediencia a los 10 mandamientos nos santifica. Tanto en Éxodo como Levítico, el SEÑOR se presenta como el Redentor que nos sacó de Egipto y nos habla de lo mismo: honrar a los padres, guardar el Shabat, huir de la idolatría, no robar ni portarse engañosamente, no jurar falsamente (Levítico 19:3-37).

La conducta que el SEÑOR requería de los hijos de Israel no era la misma de los egipcios ni debía ser como la de los habitantes de la tierra de Canaán (Levítico 18:3-4). Las leyes de las naciones paganas y las normas que definían la vida cotidiana estaban basadas en costumbres abominables y odiosas ante los ojos del Eterno. La conducta sexual aberrada y el abuso del prójimo eran asuntos “normales”. 

Así cómo Moisés había dicho: “Que tú vayas con nosotros, para que nos distingamos de todos los demás pueblos que están sobre la faz de la tierra” (Éxodo 33:16). La conducta que el Eterno requiere sus redimidos es un estilo de vida diferente, gobernado por su Torá. Él nos apartó porque tiene un propósito divino, intenciones buenas y hermosas: “Me seréis santos porque yo el SEÑOR, soy santo y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (Levítico 20:26). Su vara para medir la santidad es otra.


“Cada uno de vosotros ha de reverenciar (temer) a su madre y a su padre” (Levítico 19:3). El niño aprende acerca del carácter del SEÑOR por medio del amor y de la bendición de sus padres. “Por eso, es apropiado que en su temprana edad el hijo deba honrar y temerles a sus padres, puesto que años más tarde temerá a Dios.” (G. Wenham, Leviticus, Página 640, First Fruits of Zion, Torah Club Vol.I).


“¿Cuál es la razón para que se hable del Shabat en un contexto tan cercano al de honrar a los padres? Honrar el Shabat es el más importante deber hacia Dios, nuestro padre celestial. Honrar el Shabat significa que la gente necesita primero entrar en el reposo de un Shabat espiritual, al confiar en el Mesías. Esto, entonces, se refleja en nuestra vida física al separar el séptimo día como un día especial.” (Página 641, First Fruits of Zion, Torah Club. Vol. I, copyright First Fruits of Zion, www.fffoz.org) 


El Shabat está íntimamente ligado con nuestros padres, puesto que es alrededor de la mesa del Shabat que los hijos alzan sus rostros para recibir la bendición de sus padres y escuchan de su boca las palabras de la Torá. Es en el seno del hogar que los hijos aprenden a amar la Torá y acudir a su gracia. Crecen en la sabiduría y la paz del Shabat para luego pasar esa misma herencia a sus propios hijos. 


“Honrar el Shabat es el más importante deber hacia Dios, nuestro Padre celestial. Honrar el Shabat significa que la gente necesita primero entrar en el reposo de un Shabat espiritual, al confiar en el Mesías. Esto, entonces, se refleja en nuestra vida física al separar el séptimo día como un día especial.” (Página 641, First Fruits of Zion, Torah Club Vol.I). 


Las ofrendas debían entregarse al SEÑOR según sus instrucciones. La ofrenda de paz se tenía que consumir el mismo día y nada debía quedar para el día siguiente o el tercer día. El que lo comía el día siguiente o el tercer día era culpable, había profanado lo santo y era cortado del pueblo. Sacrificar sin seguir las instrucciones divinas precisas proviene de una motivación idólatra, algo abominable y condenada por el Eterno (Levítico 19:5-8). 


“No os volváis a los ídolos, ni hagáis para vosotros dioses de fundición” (Levítico 19:4).


“Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella ni espigarás tu tierra segada. No rebuscarás tu viña ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás” (Levítico 19:9-10).


“No robaréis, no mentiréis ni os engañaréis el uno al otro. No juraréis en falso mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo, el Eterno. No oprimirás a tu prójimo ni le robarás (Levítico 19:11-13).


Observemos que las enseñanzas relativas al robo, la mentira y la opresión están muy interrelacionadas y siguen inmediatamente a las instrucciones acerca de dejar en los campos comida, grano y fruto, disponible para los pobres. 


Comenta un estudioso: “Esto no es un accidente. De hecho, es una expresión calculada de la bondad y sabiduría del Santo de Israel. Tomándolos juntos, estos versículos responden a la siguiente interrogante: ¿Cómo puede evitarse el robo en cualquier sociedad? (1) Proveyendo colectivamente la comunidad santa para los pobres (dejando comida en los campos). (2) Al no provocar a la gente a pecar o al enojo, calumniándoles u oprimiéndoles sino, en cambio, siendo honestos con ellos. (3) Al pagarles los empleadores honestamente a sus empleados salarios justos y a tiempo.” (Página 642, FFOZ, Torah Club Vol.I).


“No maldecirás al sordo, ni delante del ciego pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios… No cometerás injusticia en los juicios, no favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo. No andarás chismeando entre tu pueblo (Levítico 19:14-16).


“¡No pongas un obstáculo delante del ciego!” Según la interpretación de algunos estudiosos, no sólo se refiere al que está físicamente ciego. Podría ser que también se refiere al acto de engañar al prójimo, a aquel que está ciego en el sentido de ignorante, inocente o desinformado. (Página 229, El Midrash Dice, El Libro de Vaikra, Rabino Moshe Weissman)


“No aborrecerás a tu hermano en tu corazón. Reprenderás a tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:17-18).


“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es de gran importancia, puesto que resume nuestra responsabilidad ante el SEÑOR. El que ama a su prójimo ama también al SEÑOR. “De estos dos mandamientos (amar al SEÑOR y amar al prójimo) depende toda la Torá y los profetas” (Mateo 22:36-40).


“No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie. Tu campo no sembrarás con mezcla de semillas. No te pondrás vestidos con mezcla de hilos” (Levítico 19:19). “No ayuntarás dos clases distintas de tu ganado; ni sembrarás en tu campo dos clases de semilla, ni te pondrás vestido con mezcla de dos clases de material”. 


Las instrucciones que prohíben mezclas son para alejarnos del sincretismo, el acto de mezclar y confundir cosas que esencialmente son distintas. El sincretismo se refiere al hecho de unir, mezclar y confundir la Palabra del único Dios verdadero con ideas y prácticas paganas (II Reyes 17:27-41). 


Israel no ha de mezclar cosas que difieren, sean siembras o telas, ni han de mezclar las especies en la crianza de sus animales. Los animales limpios deben estar separados de los inmundos, sin que se permitiera alguna mezcla. ¿Por qué? La prohibición de mezclar cosas que difieren se relaciona con el hecho de que Dios quiere que le amemos con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas. No hay lugar para un ‘corazón dividido’ en el reino de Dios. Las leyes prácticas para uso diario que el SEÑOR le dio a Israel ilustran ese punto. Sean siembras, ropa, ganado o comida, el pueblo debía tener presente el no mezclar cosas que esencialmente son distintas. Las leyes hacen énfasis en la prohibición del sincretismo, de incorporar las prácticas paganas en la adoración al SEÑOR. 

“El hecho de mezclar cosas que son esencialmente distintas inyecta en el alma una anestesia mortal. Con una consoladora y encantadora melodía nos seduce y nos confunde para alejarnos del SEÑOR. …el sincretismo puede ser practicado aún por aquellos cuyo corazón ha sido entregado totalmente al SEÑOR, al abrazar y practicar las tradiciones, sin haberlas considerado a la luz de la pureza de la palabra de Dios, cuya función es distinguir y separar.” (Páginas 19-21, Razones por las cuales dejé de celebrar la Navidad, Tim Hegg)


“Si un hombre se acuesta con una sierva desposada con otro, que no ha sido rescatada ni ha recibido la libertad, ambos serán castigados, pero no morirán, por cuanto ella no es libre. El ofrecerá al SEÑOR, a la puerta del Tabernáculo de reunión, un carnero como expiación por su culpa. Con el carnero de la expiación lo reconciliará el sacerdote delante del SEÑOR, por el pecado que ha cometido. Cuando entréis en la tierra y plantéis toda clase de árboles frutales, consideraréis como incircunciso lo primero de su fruto. Tres años os será como incircunciso: su fruto no se comerá. Al cuarto año, todo su fruto será consagrado en alabanzas al SEÑOR. Pero al quinto año comeréis de su fruto, para que os haga crecer su fruto. Yo, el Eterno, vuestro Dios” (Levítico 19:20-22, 23-25).


El hilo común en estas instrucciones es la paciencia. La palabra de Dios nos exhorta a ser pacientes hasta la venida del Mesías Yeshua, así como el labrador espera el fruto precioso de la tierra (Santiago 5:7-8). 


Mientras espera, siempre trabaja.

“No comeréis cosa alguna con sangre. No seréis agoreros ni adivinos. No haréis tonsura en vuestras cabezas ni dañaréis la punta de vuestra barba. No haréis incisiones en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna” (Levítico 19:26-28). 

El SEÑOR prohíbe las heridas autoinfligidas en la piel. Prohíbe el consumo de la sangre, la brujería y el hacerse tatuajes. Hacerse tatuajes en la piel era una práctica pagana. A veces era para señalar a los criminales y también era parte de las costumbres de luto.


Incitados y engañados por el Adversario de sus almas, las personas graban sus señales en la piel: serpientes, dragones, calaveras, espadas, etc. Muchas veces tienen un propósito inmoral o están relacionadas con la muerte, dolor y destrucción (Apocalipsis 13:16; I Corintios 3:17).


Pero el cuerpo (incluyendo la piel) es la morada del Espíritu del SEÑOR. Pertenece a su Creador y Redentor. Las únicas palabras, marcas y señales permitidas por el Eterno son las que Él mismo escribe en nosotros (Jeremías 31:33; Ezequiel 13:9; Apocalipsis 3:12). No queremos más manchas de lepra.


“No contaminarás a tu hija prostituyéndola, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad” (Levítico 19:29). Los padres que vendían a sus hijas a la prostitución las entregaban a una muerte diaria: humillante, lenta y dolorosa.


La inmoralidad de pocas personas se extiende a muchas más, y hace que toda la tierra se entregue a la fornicación, ya que en poco tiempo el resto de los habitantes la aceptan como un estilo de vida normal. Cuando la conciencia de la gente ha sido destruida y el corazón se ha endurecido, no son capaces de distinguir. Llaman al mal bien y al bien mal, tienen las tinieblas por luz y luz por tinieblas (Isaías 5:20; I Timoteo 4:2).


“Delante de las canas (personas de avanzada edad) te levantarás y honrarás el rostro del anciano” (Levítico 19:32). “No reprendas con dureza al anciano, sino, más bien, exhórtalo como a padre, a las ancianas, como a madres” (I Timoteo 5:1-2).


“Cuando el extranjero habite con vosotros en vuestra tierra, no lo oprimiréis. Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Levítico 19:33-34).


“No cometáis injusticia en los juicios, en medidas de tierra, ni en peso ni en otra medida. Balanzas justas, pesas justas y medidas justas tendréis” (Levítico 19:35-36). Las medidas injustas son abominación al SEÑOR (Proverbios 20:10).


Levítico Capítulo 20 registra las penas (los castigos) que corresponden a los diferentes actos abominables descritos en el Capítulo 19. 


Cualquier hombre que entregara algún hijo a Moloc debía morir a pedradas (Levítico 20:1-5). Moloc (Milcom) era la deidad nacional de los amonitas y representa la idolatría en su máxima expresión de depravación y maldad. 

Su culto se basaba en el sacrificio de seres humanos, especialmente de niños. Las víctimas eran puestas vivas en los brazos enrojecidos por el fuego de la estatua hueca, de bronce, y con cabeza de becerro que representaba Moloc. Caían en el hoyo ardiente del ídolo al sonido de flautas y tambores. 


El centro de Moloc estaba en el valle de Hinom, al sur oeste de Jerusalén. El sitio también se llamaba “Tofet” y fue allí donde Salomón erigió lugares altos a Moloc (I Reyes 11:7) y donde Acaz y Manasés hicieron `pasar a sus hijos por fuego´ (II Reyes 16:3; II Crónicas 28:3; 33:6; Jeremías 32:35). Josías destruyó el lugar, pero después fue reconstruido y sirvió como centro de adoración pagana hasta la cautividad. Más tarde el valle llegó a ser el albañal de las inmundicias de la ciudad y los judíos lo llamaron `Gehenna´, el infierno o lugar de eterno sufrimiento (Mateo10:28).” (Página 432, Diccionario Ilustrado de la Biblia, Wilton M. Nelson, Editor, Editorial Caribe)


Los brujos y los que los consultaban tenían que ser cortados de entre el pueblo (Levítico 20:6, 27). El que maldecía a sus padres “ciertamente le darán muerte” (Levítico 20:9). “El adúltero y la adúltera ciertamente han de morir” (Levítico 20:10). Los que cometían incesto, “ciertamente han de morir” (Levítico 20:11-12; 17, 19-21). Los que cometían un acto homosexual, “ciertamente han de morir” (Levítico 20:13). Para os que tuvieran relaciones con alguna bestia, “ciertamente le darán muerte y también al animal” (Levítico 20:15-16).


La permanencia en de los hijos de Israel en la Tierra Prometida estaba directamente relacionada con su obediencia de los mandamientos. Si no guardaban los mandamientos, entonces la tierra los vomitaría. “No andéis en las prácticas de las naciones que yo expulsaré de delante de vosotros, porque ellos hicieron todas estas cosas, y fueron para mí abominables. Pero a vosotros os he dicho: Vosotros poseeréis la tierra de ellos, y yo os la daré para que la poseáis por heredad, tierra que fluye leche y miel. Yo soy el SEÑOR, vuestro Dios, que os he apartado de los demás pueblos” (Levítico 20:22-24).


El SEÑOR advirtió al pueblo que el ciclo de las lluvias tempranas y tardías, enviadas a su tiempo cada año para producir abundante fruto. Su llegada en el ciclo agrícola dependería de su obediencia. Les hizo ver que el clima sería afectado si desobedecían sus mandamientos. El cambio climático sería según el control soberano del Dios de Israel con el propósito de obrar arrepentimiento genuino en el corazón del pueblo y hacerlo volver a Él (Deuteronomio 11:13-17).


El ser humano corrompe la tierra no sólo por sus malos hábitos de consumo, desperdicio, y contaminación de la naturaleza y la ruina del ambiente, pero también lo hace por su conducta inmoral y por sus actos violentos y sangrientos. 


El polvo de la tierra ha tenido que tragar muchísima sangre y reacción es vomitar. Siente la urgencia de expulsar a los habitantes.


Hoy tambalea por el exceso del peso de maldad que carga encima (Isaías 24:20-22). Esclava de la corrupción, gime cada vez más con fuerte dolores de parto, anhelando ansiosamente la llegada del reino de los cielos y el momento glorioso de su restauración (Romanos 8:19-23).


LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, AMOS 9:7-15


El profeta Amós era de Tecoa, 16 km al sur de Jerusalem. Era pastor de su propio ganado y recogía la fruta de los sicómoros silvestres. Recibió la Palabra del SEÑOR para la casa de Israel y predicó en Samaria y Bet-el. Es probable que inició su ministerio en el año 760 AC. 


“Yo destruí al amorreo delante de ellos, cuya altura era como la altura de los cedros, y era fuerte como las encinas; yo destruí su fruto por arriba y su raíz por abajo. Y a vosotros yo os hice subir de la tierra de Egipto, y os conduje por el desierto 40 años para que tomarais posesión de la tierra del amorreo. Y levanté profetas entre vuestros hijos y nazareos de entre vuestros jóvenes. ¿No es así, hijos de Israel? Pero vosotros hicisteis beber vino a los nazareos y a los profetas les ordenasteis, diciendo: No profeticéis” (Amos 2:9-12)


Por medio del profeta Amós, el SEÑOR le recuerda al pueblo lo que Él había hecho a su favor y les advirtió que el juicio de su expulsión sería muy pronto: “Zarandearé a la casa de Israel entre todas las naciones, como se zarandea el grano en la criba, sin que caiga ni un grano en tierra” (Amos 9:9). 


Habían profanado todo lo bueno y santo que el SEÑOR les había dado. Rechazaron sus instrucciones acerca de la santidad y se estaban portando iguales cómo los amorreos. Por eso, serían también arrojados (vomitados) de la tierra que el SEÑOR les había dado. Tan severo sería su zarandeo, que ni un solo grano quedaría. Aquellos que decían “no nos alcanzará ni se nos acercará la desgracia” pronto morirían a espada (Amos 9:10).


Y así sucedió. Asiria produjo la ruina total del reino del norte (la casa de Israel) en 722 AC. Fueron asimilados y perdieron su conexión con la Torá, las fiestas del SEÑOR, la tierra de Israel, los pactos y las promesas. Sacudidos por Asiria, luego mezclados y confundidos por el sincretismo, los hijos de Israel de las 10 tribus del reino del norte dejaron de distinguirse como pueblo de la Torá (II Reyes 17:6-18, 24-34).

Pero la bondad del Eterno es infinita y Amós también recibió su Palabra acerca de la restauración de la casa de Israel. Nos da a conocer la promesa misericordiosa del SEÑOR: “Los plantaré en su tierra, y no serán arrancados jamás de la tierra que les he dado” (Amos 9:11-15).


“En aquel día levantaré el tabernáculo caído de David, repararé sus brechas, levantaré sus ruinas, y la reedificaré como en tiempo pasado, para que tomen posesión el remanente de la humanidad y de todas las naciones donde se invoca mi nombre. Vienen días, cuando el arador alcanzará al segador y el que pisa la uva al que siembra la semilla; cuando destilarán vino dulce los montes, y todas las colinas se derritan. Restauraré el bienestar de mi pueblo Israel, y ellos reedificarán las ciudades asoladas y habitarán en ellas; también plantarán viñas y beberán vino, y cultivarán huertos y comerán sus frutos” (Amos 9:11-15). 


“Grande será el día de Jezreel”, el día en que Dios siembra (Oseas 1:11). ¡Ese día, nos plantará en la Tierra Prometida con todo su corazón y con toda su alma (Jeremías 32:41)! “Los plantaré de nuevo en esta tierra y no los arrancaré” (Jeremías 24:6). “Sembraré. Como velé sobre ellos para arrancar y derrocar, así velaré sobre ellos para edificar y para plantar” (Jeremías 31:27-28).


“Y sucederá en aquel día yo responderé, declara el SEÑOR, responderé a los cielos y ellos responderán a la tierra, y la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite, y ellos responderán a Jezreel. La sembraré para mí en la tierra, y tendré compasión de la que no recibió compasión, y diré al que no era mi pueblo: tú eres mi pueblo, y él dirá: Tú eres mi Dios” (Oseas 2:21).


La palabra del SEÑOR vino al profeta Ezequiel y le dijo: “Vas a juzgar a la ciudad sanguinaria. Hazle saber todas sus abominaciones” (Ezequiel 22:1-19).

Las abominaciones que Ezequiel da a conocer son las mismas que el SEÑOR advirtió en Levítico 18. Por esas abominaciones, la gloria del SEÑOR se retiró del Templo. Ezequiel la vio retirarse (9:3; 10:18-19; 11:23). 


El profeta Isaías lo dice así: “la ciudad fiel se volvió ramera” (Isaías 1:21). Llena de idolatría y maldad, Jerusalem se encontraba en una condición “leprosa”, completamente cubierta de llagas podridas y malolientes, de la cabeza hasta la planta de los pies (Isaías 1:6).

Ezequiel describe a Jerusalem como una ciudad que derrama sangre, que hace ídolos para contaminarse, de mala fama y llena de confusión. Trata con violencia al extranjero y oprime al huérfano y a la viuda. Desprecia las cosas sagradas del SEÑOR y profana sus días de reposo. Comete inmoralidad, actos de incesto y adulterio. 


Levítico 18 establece claramente que la tierra profanada vomita a sus moradores. Y así fue. “Yo te dispersaré entre las naciones, te esparciré por las tierras y haré desaparecer de ti tu inmundicia. Y por ti misma quedarás profanada a la vista de las naciones; y sabrás que yo soy el SEÑOR” (Ezequiel 22:15-16). 


El profeta Isaías explica la expulsión en términos de disciplina divina aplicada en su máxima medida: “También volveré mi mano contra ti, te limpiaré de tu escoria como con lejía, y quitaré toda tu impureza” (Isaías 1:25).


Ezequiel afirma que el SEÑOR aplicaría su máxima medida de disciplina sobre Jerusalem. “Atizaré sobre vosotros el fuego de mi furor, y seréis fundidos en medio de ella. Como se funde la plata en el horno, así seréis fundidos en medio de ella; y sabréis que yo, el SEÑOR, he derramado mi furor sobre vosotros” (Ezequiel 22:22).


Al concluir la dura disciplina, el SEÑOR jura que restaurará a Jerusalem para que sea la ciudad fiel que era al principio: “Entonces restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como al comienzo; después de lo cual serás llamada ciudad de justicia, ciudad fiel” (Isaías 1:26). Ezequiel vio la gloria del SEÑOR retornar (43:2-5). ¡EL SEÑOR ESTA ALLI!


LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, MATEO 15:10-20


El Mesías Yeshua es el cumplimiento de todo aquello que el gran día de purificación señala y simboliza. 

Es en el Mesías que se cumple Yom Kipur en toda su solemnidad y gloria, para purificarnos de la muerte y dar vida eterna a toda la humanidad que acude a Él. 


El autor a la carta a los hebreos nos explica que el Mesías Yeshua es nuestro fiel y misericordioso Sumo Sacerdote (Hebreos 7:21-28; 10:10-18). 

Su sacerdocio es inmutable y Él es poderoso para salvar para siempre a los que por su medio se acercan a Dios, porque vive para siempre para interceder para nosotros. Es nuestro Sumo Sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecados. Una sola vez se ofreció a sí mismo por los pecados para siempre y cumplió la obra de Yom Kipur.


En Mateo 15:10-20, Yeshua nos hace ver que la muerte está en nuestros corazones y que se manifiesta en malos pensamientos, fornicaciones, robo, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. 


Su sangre purifica la conciencia humana de la muerte y obtiene para nosotros eterna redención. Sólo su sangre nos puede purificar de la muerte que mora en nosotros, quitarnos los harapos leprosos, y darnos vestiduras blancas de lino fino, a fin de presentarnos a sí mismo como novia suya ¡sin mancha ni arruga, santa e inmaculada! (Hebreos 9:13-14).


El sacrificio de expiación fue ofrecido una vez y para siempre cuando Él murió por nuestros pecados sobre el madero, pero la remoción de la maldad se realizará en su retorno. En su primera venida, el Mesías venció la muerte. En su segunda venida, removerá la muerte (Isaías 25:7-8; I Corintios 15:54-57; Apocalipsis 21:4).


La paga del pecado es la muerte. ¡En su incomprensible amor, el Autor de la vida pagó el precio! Aquel que es VIDA, puro y totalmente separado de la muerte, tomó la forma de siervo y vino a morir en nuestro lugar. 


En el plan soberano del SEÑOR, la sangre (la vida) del Mesías Yeshua nos purifica de la muerte porque obra como nuestro sustituto y satisface la paga del pecado. 


La voluntad del SEÑOR es que nuestros corazones sean purificados e irreprensibles en santidad delante de Él. Nuestra purificación es por medio de la fe (Hechos 15:9; I Juan 3:2-3; Efesios 5:25-26).


Es la Palabra del SEÑOR que nos santifica. Por medio de la Palabra de Dios, somos santificados, apartados como especial tesoro para el SEÑOR y guardados del mal y también del Maligno (Juan 17:14-17).


Citando Levítico 19, el apóstol Pedro nos exhorta en la santidad (I Pedro 1:15-16; 2:4-10; 4:1-16; II Pedro 1:4-8). Somos parte de su linaje escogido, real sacerdocio, nación santa y pueblo adquirido, a fin de que anunciemos sus virtudes. Nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.


La santificación es siempre la voluntad de Dios para nuestras vidas, que nos abstengamos de la inmoralidad sexual, Dios nos ha llamado a la santificación. El Dios de paz nos santifica completamente y guarda todo nuestro ser irreprensible para la segunda venida del Mesías (I Tesalonicenses 4:3-8; 5:23-24).


Tenemos que limpiarnos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, y perfeccionarnos hacia la santidad en el temor de Dios (II Corintios 7:1). Debemos presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios. No debemos adaptarnos a este mundo, sino ser transformados mediante la transformación de nuestra mente (Romanos 12:1-2).


En espera del retorno del Mesías y la llegada de su reino, debemos negar la impi

 


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Desde la declaración del estado de Israel en 1948, el retorno a la Tierra Prometida ha sido posible



      El retorno a la tierra de Israel

      Aliyá

       La palabra hebrea "aliyá" significa subir y se refiere al retorno de los hijos de Israel a la Tierra Prometida


      ¡El Eterno bendice a los creyentes de las naciones que aman las Escrituras y su plan de la restauración de Israel!

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