LA PORCIÓN DE LA TORÁ, DEUTERONOMIO 11:26-16:17 Moisés instruye a la nueva generación que, al entrar en la Tierra Prometida, debían celebrar la renovación del pacto. El monte Gerizim representaría la bendición por la obediencia y el monte Ebal la maldición por la desobediencia. Les exhorta a considerar cuidadosamente, con una percepción recta y no desviada, a ser obedientes, es decir, a escoger bendición y vida.
Les advierte acerca de los falsos profetas y les instruye acerca de lo que pueden comer, las leyes del diezmo, del año shemitá y de la celebración de las fiestas bíblicas.
Repetidas veces Moisés se refiere al lugar de la morada del Eterno: Jerusalem. “Buscaréis al SEÑORen el lugar en que el SEÑOR vuestro Dios escoja de todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su morada, y allí vendréis”.
LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, ISAÍAS 54:11-55:5 En el momento de su plena restauración, todos los hijos de Jerusalem serán enseñados por el SEÑOR y su paz será grande. El terror no se acercará y ninguna arma forjada en su contra prosperará.
LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, MATEO 5:3-11, 35; 7:15-23 Viendo las multitudes, Yeshua subió a un monte cercano al mar de Galilea y les habló acerca de las bendiciones, en las cuales están resumidas las del monte Gerizim: el reino de los cielos y su consolación, la herencia de la tierra, saciados de paz y con todo bien, misericordia, nos permite verle y nos llama sus hijos. Yeshua es el Gran Rey de Jerusalem. Es el Rey justo, el Sacerdote del Altísimo.
Los que escogen maldición (como los falsos profetas) no pueden producir buen fruto porque son violadores de la Torá, no la obedecen. Tampoco entrarán en el reino de Dios, ni heredarán la Tierra Prometida.
Moisés hace énfasis a los de la nueva generación que ellos tendrían que decidir si querían bendición o maldición. Les exhorta a considerar cuidadosamente, con una percepción recta y no desviada, y luego hacer lo que es recto ante los ojos del SEÑOR (Deuteronomio 12:8,25,28; 13:9).
Les advierte: “De ninguna manera haréis lo que hacemos aquí hoy, que cada cual hace lo que le parece bien a sus propios ojos; porque todavía no habéis llegado al lugar de reposo y la heredad que el SEÑOR vuestro Dios os da” (Deuteronomio 12:9).
“He aquí, hoy pongo delante de vosotros una bendición y una maldición: la bendición, si escuchéis los mandamientos del SEÑOR vuestro Dios que os ordeno hoy; y la maldición, si no escuchéis los mandamientos del SEÑOR vuestro Dios, sino que os apartéis del camino que os ordeno hoy, para seguir a otros dioses que no habéis conocido” (Deuteronomio 11:26-27).
Moisés instruye que, en el momento de entrar a la Tierra Prometida, la nueva generación debía dar testimonio de la renovación del pacto del Eterno con ellos. Dos montes, Gerizim y Ebal, serían los testigos. Ilustrarían de manera muy clara y visible la decisión que cada uno debía tomar.
Ya que los montes de Israel permanecen en los sitios asignados por su Creador, son testigos confiables en cuanto a la conducta del pueblo y de las promesas del pacto (Salmo 125:1-2). Hoy, los montes de Israel son testigos del retorno de los hijos de Israel a la Tierra Prometida (Ezequiel 36:1-15).
A Gerizim le tocó representar la bendición y Ebal la maldición (Deuteronomio 11:26-32). El hecho de representar la bendición sobre un monte y la maldición sobre otro y, ubicando la mitad del pueblo frente al monte Gerizim y la otra mitad frente al monte Ebal, resaltó palpablemente la decisión que debían tomar los hijos de Israel. El aspecto visual de los dos montes es muy distinto el uno del otro: Gerizim es verde y frondoso, mientras que Ebal es rocoso y seco.
Dirigidos por Josué, muy pronto los hijos de Israel iban a pasar el río Jordán para entrar en la Tierra Prometida. Sería un momento único, maravilloso y milagroso, una gran obra del Eterno para contar a las siguientes generaciones.
Cuando llegó el momento, el Arca del Pacto lo llevaron los levitas e iban delante del pueblo. Llegaron a la orilla de las aguas del Jordán y Josué les dijo: “Acercaos y oíd las palabras del SEÑOR vuestro Dios. En esto conoceréis que el Dios vivo está entre vosotros, y ciertamente expulsará de delante de vosotros a los cananeos, a los heteos, a los heveos, a los ferezeos, a los gergeseos, a los amorreos y a los jebuseos. He aquí, el Arca del Pacto del SEÑOR de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros” (Josué 8:9-17).
En el instante en que los pies de los sacerdotes tocaron las aguas, el río Jordan empezó a amontonarse y el lecho quedó seco. Los sacerdotes se quedaron de pie en medio del Jordán, mientras que el pueblo pasó. Josué cumplió las instrucciones de Moisés dadas en la porción de la Torá que estamos estudiando hoy (Josué 8:30-35; Deuteronomio 11:26-32).
Josué edificó un altar al SEÑOR en el monte Ebal, ofrecieron allí holocaustos y ofrendas de paz. Escribió sobre las piedras una copia de la ley en presencia de los hijos de Israel. La mitad del pueblo estaba frente al monte Gerizim y la otra mitad en frente del monte Ebal. Josué leyó todas las palabras de la ley: la bendición y la maldición. Todo el pueblo decía "Amén".
La decisión que todos tenemos que tomar en la vida fue claramente ilustrada: “Escoged hoy a quién habéis de servir. ¡Yo y mi y casa serviremos al SEÑOR! (Josué 24:14-15).
Siempre debemos escoger lo que pertenece a vida. Luego llegarán las bendiciones, nos alcanzarán en la senda de la vida. Siempre debemos ejercer discernimiento, considerando lo que pertenece a la vida y la bendición. La conducta nuestra diaria debe influir en que otros también sigan nuestro ejemplo, escogiendo vida y bendición.
En Gilgal Josué erigió las 12 piedras que habían sacado del río Jordan y señaló así el milagro del SEÑOR: “Lo explicaréis a vuestros hijos diciendo: Israel cruzó este Jordán en tierra seca. Porque el SEÑOR vuestro Dios secó las aguas del Jordán delante de vosotros, tal como el SEÑOR vuestro Dios había hecho al mar Rojo, cuando Él secó delante de nosotros que pasamos, para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano del SEÑOR es poderosa, a fin de que temáis al SEÑOR tu Dios para siempre” (Josué 4:1-24).
En sus días finales, Josué les presentó una vez más la misma decisión, igual como aquel día entre los montes Ebal y Gerizim. Volvió a escribir todas las palabras de la ley de Dios sobre una gran piedra y en ese momento también hubo una renovación del pacto, les impuso estatutos y ordenanzas en Siquem (Josué 24:25). Les advirtió una vez más a que no abandonaran al SEÑOR, sirviendo a dioses extranjeros (Josué 24:19-20). El pueblo le respondió: “Al SEÑOR nuestro Dios serviremos y su voz obedeceremos”.
Después de pasar el río Jordán, el Arca del Pacto permaneció en Gilgal. Allí los hijos de Israel celebraron la primera Pesaj estando en la Tierra Prometida. Catorce años después, llevaron el Arca a un lugar llamado Silo, que era parte de la herencia de Efraín. Durante el tiempo de los jueces, Silo era la capital de las 12 tribus y fue el centro de reuniones de los líderes de Israel. El Tabernáculo permaneció en Silo por 369 años. Fue allí donde Ana suplicó al SEÑOR que le concediera un hijo y nació Samuel.
Pero el SEÑOR tuvo que abandonar su morada en Silo: “la tienda que había levantado entre los hombres, y entregó su poderío al cautiverio, y su gloria en manos del adversario” (Salmo 78:58-61). Los filisteos tomaron el Arca del Pacto: en sus manos fue llevada a Asdod, Gat, Ecron y Bet-semes.
Las plagas que el Eterno mandó sobre los filisteos les obligaron a devolver el Arca a Israel. Quedó en Quirat-jearm, en la casa de Abinadab, hasta que David tomó acción al respecto (II Samuel 6:1-2). David sabía que Jerusalem era el lugar donde el SEÑOR había puesto su Nombre y que allí también tenía que estar el Arca del Pacto (Salmo 132:11-18).
En la porción que estamos estudiando esta semana, Moisés hace énfasis en el “lugar donde el SEÑOR ha puesto su Nombre”. Los paganos edificaban altares a sus dioses sobre cualquier monte alto y debajo de cualquier árbol frondoso. Ellos adoraban a sus dioses según su propio criterio, cómo y dónde les parecía bien. Pero no así para el pueblo que pertenece al único Dios verdadero, al Dios de Israel. La nación santa debe subir al lugar donde Él ha puesto su Nombre y adorarle allí según sus instrucciones precisas.
“Buscaréis al SEÑOR en el lugar en que el SEÑOR vuestro Dios escoja de todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su morada, y allí vendréis” (Deuteronomio 12:5). “Al lugar que el SEÑOR vuestro Dios escoja para morada de su nombre, allí traeréis todo lo que os mando” (Deuteronomio 12:11). “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que veas, sino en el lugar que el SEÑOR escoja en una de tus tribus” (Deuteronomio 12:12-14). “El lugar que el SEÑOR tu Dios escoge para poner su nombre” (Deuteronomio 12:21). “Y sacrificarás la Pascua al SEÑOR tu Dios con ofrendas de tus rebaños y de tus manadas, en el lugar que el SEÑOR escoja para poner allí su nombre” (Deuteronomio 16:2, 11,16).
Jerusalem fue escogida y apartada por el Eterno como la ciudad del gran Rey desde el principio (Génesis 14:17-20). Josué conquistó a los jebuseos y al rey de Jerusalem (Josué 11:3; 12:10). El SEÑOR detuvo el sol y la luna concederles más tiempo para lograr la victoria en la difícil batalla, peleó a favor de los hijos de Israel (Josué 11:3; 12:10).
Conociendo su vital importancia como la morada del Eterno revelada en la Torá, David la conquistó nuevamente 440 años después. Aunque los jebuseos decían que David no podía conquistar la ciudad, que jamás entraría, ya que entre ellos había suficientes ciegos y cojos para impedírselo, David la conquistó. Y lo hizo sin la necesidad de usar armas. No derramó ni una gota de sangre. Simplemente desbloqueó la entrada de la gruta de agua (Gijón) e hizo que el agua fluyera hacia el valle. Entonces el sistema de abastecimiento de agua que había sido construido por los habitantes de la ciudad dejó de funcionar y se quedaron sin agua. Rindiéndose, entregaron la ciudad al rey David. Él construyó allí su palacio e hizo de Jerusalem la capital de Israel.
Por medio de su pacto con David, el SEÑOR estableció la línea de consanguinidad real y la promesa del reino eterno del Mesías sobre toda la humanidad. “Nunca le faltará a David quien se siente sobre el trono de la casa de Israel”. Del linaje de David vendrían todos los futuros reyes de Judá y, finalmente, el Rey Mesías, el Vástago justo (Jeremías 33:14-26; Isaías 11:1-10; 9:6-7).
Hoy se mantiene aún vigente, Jerusalem sigue siendo el lugar donde el SEÑOR ha puesto su Nombre. ¡El plan divino no ha cambiado ni cambiará jamás! Por eso, el tema de la restauración de Jerusalem es el eje de la profecía bíblica. El Eterno hará su morada eterna allí. El Rey retornará a Jerusalem porque es el lugar de su trono, y Él es el SEÑOR de toda la tierra (Jeremías 3:16-17).
“Sion será redimida con juicio y sus arrepentidos (los que regresan) con justicia” (Isaías 1:27). En la promesa de la restauración de Jerusalem está el cumplimiento del pacto del SEÑOR con David: el retorno del Rey Mesías y la llegada del reino de los cielos a la tierra.
La Torá establece que Jerusalem es el lugar que el SEÑOR ha escogido para poner allí su Nombre (Deuteronomio 12:5,11, 21,26; 14:24; 16:2, 6,11, 16). Es el sitio de su trono, sobre su santo monte.
La casa del SEÑOR tiene que estar en Jerusalem porque ese es el lugar de su habitación. Es el sitio que el Eterno ha elegido para habitar y reposar, en medio de su pueblo redimido (Salmo 132:13-14). Su Tabernáculo esta allí (Salmo 76:2).
Además de ser un lugar terrenal, geográfico palpable, Jerusalem es también una realidad celestial, con grandes implicaciones espirituales, ya que la Casa del SEÑOR es hecha con “piedras vivas” y está en el proceso continuo de formación, porque los redimidos de todos los tiempos edifican (son parte de) de ella, como hijos de Jerusalem.
Jerusalem se encuentra en el centro de las naciones y de los territorios a su alrededor (Ezequiel 5:5). Es la ciudad del Príncipe de paz, la ciudad del Gran Rey. Por eso, a través de todas las Escrituras el tema eje de la profecía bíblica es Jerusalem y su restauración. El SENOR jamás cambiará su plan ni dispondrá otra ubicación para el lugar de su reposo (II Crónicas 6:6).
En la porción de esta semana, Moisés hace particular énfasis en advertirnos acerca de la idolatría. Nos hace ver que el que escoge la idolatría, realmente está escogiendo muerte y maldición.
“Destruiréis completamente todos los lugares donde las naciones que desposeeréis sirven a sus dioses: sobre los montes altos, sobre las colinas y debajo de todo árbol frondoso. Y demoleréis sus altares, quebraréis las imágenes talladas de sus dioses y borraréis su nombre de aquel lugar” (Deuteronomio 12:2-3).
Al entrar en la Tierra Prometida, los hijos de Israel enfrentarían las costumbres paganas de los habitantes. Debían seguir cuidadosamente las instrucciones del SEÑOR y destruir completamente todos los altares paganos. El colmo de la idolatría era el sacrificio humano, algo absolutamente abominable y odiado por el SEÑOR: “Porque toda acción abominable que el SEÑOR odia ellos han hecho en honor a sus dioses; porque aún a sus hijos y a sus hijas queman el fuego en honor a sus dioses” (Deuteronomio 12:31).
Los dioses de las naciones eran más amenaza para los hijos de Israel que sus espadas. La idolatría es un enemigo espiritual, sutil y peligroso que nos contamina profundamente y condena a maldición las siguientes generaciones.
Cualquier sacrificio ofrecido fuera del lugar asignado sería considerado como un acto idolatra y era prohibido. Si deseaban consumir carne podían hacerlo, pero no debían consumir la sangre. “La derramarás como agua sobre la tierra” (Deuteronomio 12:24).
Había que derramar la sangre de los animales sobre el polvo de la tierra, simbólicamente devolviendo su aliento al Creador. Comer la sangre desprecia la vida y está vinculado con la idolatría. Los paganos consumían sangre cuando hacían sacrificios a sus dioses.
Moisés también les advierte acerca de los falsos profetas y de los soñadores de sueños. Ellos conducen al pueblo a la idolatría y traen maldición (Deuteronomio 13:1-11; Ezequiel 13:22-23).
La caída violenta del último príncipe de Judá (Sedequías), sucedió porque él prestó atención a los falsos profetas (Jeremías 27:9-18; 29:8-32; 32:32-35). Su desobediencia apresuró la destrucción de Jerusalem por el cruel adversario, Babilonia.
Moisés le recuerda a la nueva generación que es pueblo santo, escogido para ser exclusiva posesión de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra (Deuteronomio 14:2). Entonces debían portarse como tal: en lo que comían, en sus costumbres, en el manejo de sus bienes materiales, en los días festivos asignados por el SEÑOR.
“No os sajaréis ni os rasuraréis la frente a causa de un muerto” (Deuteronomio 14:1). El tatuaje de la piel era una práctica idólatra de la cultura de muerte de los paganos de la tierra de Canaán.
Moisés les recuerda de las leyes alimenticias para el pueblo apartado y también de las leyes del diezmo (Deuteronomio 14:22-29).
“El que trabaja la tierra debe apartar un diezmo de lo que produce cada año y usarlo en una de las dos siguientes maneras. En la mayoría de los años, debe llevarlo a Jerusalem y, junto con los miembros de su casa y levitas invitados, consumirlo allí en comidas festivas.
Pero, los años tercero y sexto de cada ciclo sabático, él deberá depositarlo en su comunidad, donde será distribuido entre los levitas y los más necesitados. Cada tercer año, el diezmo se cambia del santuario central para dedicarlo a satisfacer las necesidades de los que se encuentran en situaciones desventajosas y los marginados en la comunidad local para asegurar que ellos también coman hasta saciarse.
El ciclo del diezmo refleja la relación de pacto que Israel tiene con el Padre. Los primeros dos años, la gente diezma y come los primeros frutos en presencia del Eterno en el punto central. En el tercer año, la gente permanece en su localidad e instala asambleas locales. Dedican su diezmo del tercer año para darles de comer a los miembros indefensos de la sociedad. El ciclo se repite durante los años cuarto y quinto, pero el sexto de nuevo es dedicado a la localidad (Deuteronomio 14:28). En el año sabático, no se cosecha; de manera que no hay que diezmar, el pueblo celebra el hecho de que Dios posee la tierra y la Torá proclama el desbloqueo de todos los deudores hebreos (shemitá).
Las provisiones para proteger a los pobres incluyen: el diezmo de cada tres años (Deuteronomio 14:22-29); la remisión o cancelación de las deudas cada siete años (Deuteronomio 15:1-6); la exhortación de prestarles a los pobres, Deuteronomio 15:7-11); y otorgarles libertad a los siervos hebreos (Deuteronomio 15:12-18). Dios manda que se les perdonen las deudas a quienes no pueden pagar dentro del período de siete años. Al momento en que son liberados, los siervos salen con las manos repletas de riqueza (Deuteronomio 15:13-15; Génesis 15:13-14; Éxodo 12:35-36)”. (Página 141, The JPS Torah Commentary, Deuteronomy, Jeffrey H. Tigay, The Jewish Publication Society, Philadelphia)
El SEÑOR les prometió abundante bendición: “Y no habrá menesteroso entre vosotros, ya que el SEÑOR de cierto te bendecirá en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da por heredad para poseerla, si sólo escuchas fielmente la voz del SEÑOR tu Dios, para guardar cuidadosamente todo este mandamiento que te ordeno hoy.
Pues el SEÑOR tu Dios te bendecirá como te ha prometido, y tú prestarás a muchas naciones, pero tú no tomarás prestado; y tendrás domino sobre muchas naciones, pero ellas no tendrán dominio sobre ti” (Deuteronomio 15:4-6).
La prosperidad nos alcanza por el trabajo duro y la cuidadosa y justa administración de los bienes, simplemente porque el SEÑOR nos BENDICE, hace multiplicar y prospera toda la obra de nuestras manos.
Así fue con Jacob, él trabajó por muchas horas bajo el sol. Cuando primero llegó a la casa de su tío, Jacob no tenía nada más que su cayado. Pero se ocupó en los muchos quehaceres del campo y de los rebaños, fue honesto e integro en todo lo que hacía.
Jacob no quitó nada de Labán, ni siquiera un cabrito. Y el SEÑOR lo bendijo. Le aconsejó cómo cuidar y prosperar sus rebaños y multiplicó el fruto de su labor. Le dio entendimiento para mejorar sus negocios. También abrió sus ojos a las maquinaciones de su tío malvado, exponiendo a la luz sus muchos abusos y mentiras. El SEÑOR también le confirmó el momento en que debía salir de allí. Por eso, Jacob prosperó en gran manera y tuvo grandes rebaños, y siervas y siervos, y camellos y asnos (Génesis 30:43).
De la misma manera, el SEÑOR nos ilumina hoy para poder administrar mejor nuestros trabajos y negocios. Nos da ideas, talentos y habilidades. Alumbra nuestro entendimiento para aprender cosas nuevas y también nos hace saber si alguien nos está haciendo daño, como sucedió en el caso de Jacob.
Prospera la obra y hace abundar el fruto cultivado por manos limpias. Así es que, en el momento de ofrendar o diezmar, proclamamos: “de ti proceden todas las cosas y de lo recibido de tu mano te damos” (I Crónicas 29:12-14).
Moisés también les habla de las fiestas y les hace entender que deben celebrarlas “en el lugar que el SEÑOR escoja para poner allí su nombre” (Deuteronomio 16:2,6,7,11,16). ¡Jerusalem!
Josué murió y también murió la generación que había sido fiel al SEÑOR, la que había conquistado la Tierra Prometida. Lamentablemente, la siguiente generación no conoció al SEÑOR, ni creyó en la obra que Él había hecho. Hicieron lo malo ante los ojos del SEÑOR y sirvieron a los baales. Abandonaron al SEÑOR, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto. Siguieron a otros dioses. Dejaron al SEÑOR y sirvieron a Baal y a Astarot (Jueces 2:6-13). Escogieron maldición y los montes de Israel vieron su ruina.
LA PORCIÓN DE LOS PROFETAS, ISAÍAS 54:11-55:5
La restauración de Jerusalem como la morada del Eterno es un tema profético de gran importancia en las Escrituras. Es un hilo profético irrompible entretejido de Genesis hasta Apocalipsis.
¡Su consolación vendrá y su paz llegará como un río! Todos sus hijos serán enseñados por el SEÑOR y su paz será grande. El terror no se acercará más y ninguna arma forjada en su contra prosperará. Toda lengua que se alza en su juicio será condenada. Las naciones correrán hacia ella a causa del Santo de Israel, subirán al monte santo para recibir la instrucción de la Torá.
“Contempla a Sion, ciudad de nuestras fiestas señaladas; tus ojos verán a Jerusalem, morada de quietud, tienda que no será plegada, cuyas estacas no serán arrancadas nunca, ni rotas ninguna de sus cuerdas. Porque allí, el Majestuoso, el SEÑOR, será para nosotros lugar de ríos y de anchos canales…” (Isaías 33:20).
“Habitará mi pueblo en albergue de paz, en mansiones seguras y en moradas de reposo” (Isaías 32:18). El Príncipe gobernará y la paz no tendrá fin (Isaías 9:6-7).
LA PORCIÓN DE LOS EVANGELIOS, MATEO 5:3-11, 35; 7:15-23'
Yeshua subió a un monte cercano al mar de Galilea y sus discípulos se acercaron a Él. Les enseñó acerca de las bendiciones del pacto para los que se aferran a Él: los pobres en espíritu, los que lloran, los humildes, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los que procuran la paz y los que son perseguidos por la causa de la justicia.
Yeshua nos bendice con el reino de los cielos. Nos bendice con su consolación. Nos hace heredar la tierra. Nos sacia con justicia y satisface todas nuestras necesidades materiales. Nos concede su misericordia. Le veremos, cara a cara (I Corintios 13:12). Nos llama sus hijos y nos ama.
Los que han escogido maldición no reciben su amor. No producen ningún fruto bueno. Son como los falsos profetas que violan la Torá (Mateo 7:15-23). No entrarán en el reino de Dios, tampoco heredarán la tierra (Salmo 37:22). No verán al SEÑOR.
La maldición más terrible es la misma dureza del propio corazón. Incrédulo e endurecido, es como tierra rocosa y estéril (Lamentaciones 3:65). No recibe la buena semilla. Tiene maleza profunda arraigada. Ni siquiera responde si cae la lluvia frecuente sobre ella. A pesar de haber recibido tantas oportunidades de escuchar la Palabra de Dios, rehúsa responder. No quiere escoger vida, prefiere sus caminos de muerte (Hebreos 6:8). Lamentablemente en ese caso no queda más que el juicio divino. “No vale nada, está próxima a ser maldecida y su fin es para quemarse.”
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La palabra hebrea "aliyá" significa subir y se refiere al retorno de los hijos de Israel a la Tierra Prometida
¡El Eterno bendice a los creyentes de las naciones que aman las Escrituras y su plan de la restauración de Israel!
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